Creer en la universalidad de la literatura. Charlando con Víctor del Árbol

DOMINICAL 705  VICTOR DEL ARBOL

«A través de la ficción construimos
lo que somos como individuos, sí,
pero también como sociedad

Víctor del Árbol

No siempre se tiene ocasión de entablar una conversación con un Premio Nadal. Pero la vida, como sabemos, siempre logra sorprendernos. Gracias a un ciclo organizado por la Universidad CEU Cardenal Herrera, Víctor del Árbol visitó la ciudad de Castellón dos meses después de su presencia en un festival que nos brindó más de una alegría, como el Morella, negra como la trufa. Allí, Del Árbol tuvo ocasión de protagonizar un tête à tête con Rosa Ribas, además de compartir impresiones con otros autores del calibre de Carlos Zanón o Pere Cervantes, adalides de la novela negra actual en España. Tuvimos ocasión de saludarle, de estrecharle la mano, pero hasta esta segunda visita en lo que va de año, no hubo oportunidad de intercambiar pareceres con el autor de, entre otras, La víspera de casi todo (con la que se alzó con el Nadal en 2016), Por encima de lluvia o Un millón de gotas. Debo confesar que la charla fue de los más enriquecedora y sorprendente, pues Víctor del Árbol demostró un total compromiso con la literatura, con la palabra.

Pregunta: Para empezar, quisiera preguntarte por tus delitos y faltas. ¿Qué le cuesta más trabajo a Víctor del Árbol a la hora de ejercer la escritura? ¿Y qué manías o rituales llevas a cabo durante el proceso?

Víctor del Árbol: Las preguntas honestas merecen respuestas honestas, y tal vez esa sea la parte más difícil para mí. Separar lo anecdótico, lo que ejemplificará la idea, y concentrarme primero en lo que de verdad pide de mí la historia que he decidido contar. Necesito tener claro por qué quiero contar eso y con un punto de vista concreto; en el proceso hay roturas que pueden ser duras de superar. Intento escapar de la aridez en el discurso y eso me lleva a veces a caer en el exceso de aserto. En cuanto a las manías, pocas: más bien costumbres de las que no soy prisionero, excepto, tal vez, el sempiterno vicio del tabaco. Suelo empezar cada novela con cuaderno y bolígrafo nuevo, procuro no corregir mucho antes de transcribir esos cuadernos al ordenador y nunca lo hago antes de tener una primera versión cerrada.

P: ¿Te impones límites cuando ideas una historia? Realizo esta pregunta porque, en más de una ocasión, la emoción puede cegarnos e impedir que esa historia empiece a construirse como uno quisiera, desviándonos del verdadero objetivo.

V. d. Á.: Una querida editora me definió una vez cariñosamente como un escritor “muy generoso” con las tramas. Creo que en realidad quería advertirme contra esa tendencia mía de tirar de cada hilo que sale de la trama principal. Todo me atrae; en cada personaje, por secundario que sea, percibo una historia que merece la pena ser explorada narrativamente. Intento hacer caso de ese comentario y ceñirme a la idea principal aunque a veces me permito digresiones, siempre y cuando apuntalen el tema de la novela. Lo inesperado forma parte de la creación, aprovechar los matices que van surgiendo. 

P: ¿Crees que la figura del escritor es hoy día una figura obsoleta? Me explico. Hoy en día, cualquiera se denomina a sí mismo escritor, artista, filósofo… Y ya sabemos que juntar letras no es escribir. Existe, o al menos eso creo, un gran compromiso y una gran responsabilidad al aceptar esa condición de escritor. ¿No es así? ¿Cuál es tu opinión?

V. d. Á.: Samuel Beckett, el autor de Esperando a Godot, tenía una visión más bien pesimista de la Humanidad; como casi todos los hegelianos, pensaba que la desigualdad y la injusticia nunca podrían solucionarse. Sin embargo, él seguía escribiendo, como Camus, como Baroja, como Unamuno…¿Por qué? Porque el escritor, a través de la ficción no solo denuncia o refleja una realidad, sino que crea una conciencia colectiva, pone en marcha la acción a través de la palabra. Creo, como escribía Goethe, en la universalidad de la literatura porque creo en la universalidad del ser humano; y en el papel de los escritores para crear esa conciencia de hermandad es vital. Nosotros no construimos una simple realidad desiderativa: los valores éticos que se acaban imponiendo, la visión de la Historia, las ideologías y el pensamiento,  todo lo que somos se asienta en el papel de los escritores. A través de la ficción construimos lo que somos como individuos, sí, pero también como sociedad. Los Montesquieu, Rosseau, crearon las bases del cambio de  régimen en 1789, los escritores naturalistas del XIX como Victor Hugo o Émile Zóla crearon conciencia de clase en los obreros urbanos, Dickens hizo cambiar la percepción de la pobreza, Camus influyó en toda una generación de posguerra…los ejemplos son inacabables. Detrás de cada paso que ha dado el ser humano hay un escritor. Y ello es así porque la verdadera literatura, y con ella la ficción, tiene una cualidad, diría que ontológica, un compromiso inseparable con su sujeto, el Ser Humano y el sondeo profundo de su humanidad. Pensemos qué sería de nosotros sin la crítica ni la autocrítica a la que nos fuerza la ficción cuando no se separa de esa cualidad fundacional. ¿Cómo sería nuestra conciencia colectiva, sino resignada, «felizmente ignorante» como apuntaba el propio Beckett?

P: Crear esa conciencia colectiva o intentarlo no es tarea fácil…

V. d. Á.: Tenemos el trabajo más hermoso, más duro y más gratificante. Crear algo con las palabras y ofrecerlo a otros para cambiar paradigmas. Para ello, basta con mantenerse fiel al propósito de la palabra. Construir el pensamiento y a través del pensamiento transformar la realidad.

Aceptemos sin ingenuidad que la literatura, como buena parte de las Artes, sufre las embestidas propias de un tiempo que se ha definido como líquido en palabras del filosofo Baumann. El tiempo de la posteridad, del abaratamiento de las expectativas a largo plazo a cambio de la satisfacción inmediata y los placebos. Un libro necesita una idea para ser un libro, no basta con la suma de páginas; del mismo modo un escritor no lo es por el mero hecho de sumar anécdotas sin intención. La banalidad en el uso de ciertos conceptos no puede apartarnos de esa realidad. (Siento la extensión en la respuesta pero me parece que es un tema primordial)

P: Mal que te pese, eres el ejemplo perfecto de un autor que se ha hecho a sí mismo, que ha ido creciendo en cada novela y que, en base a un gran esfuerzo y sensibilidad, ha llegado a lo más alto. ¿Todos los reconocimientos recibidos en los últimos años, pesan? ¿Te preocupa decepcionar al lector o, peor aún, decepcionarte como autor por tener que cumplir siempre con unas expectativas?

V. d. Á.: Me preocupa no seguir creciendo en el sentido de que, a diferencia de la Economía en Occidente que hace insostenible la falacia del crecimiento constante (como dice el profesor Enrique Lluch), la escritura es un camino de ascenso permanente. Ascenso en la capacidad, en la reflexión y en el aprendizaje. Lo que pesa es la inseguridad que nos acompaña cada vez que nos enfrentamos a lo humano. Me preocupa adocenarme, caer en el lugar común y en la auto complacencia. Por suerte, el camino es cuesta arriba y eso me mantiene alerta.

P: ¿Existe esa historia que aún no has escrito pero que te obsesione?

V. d. Á.: Sí, esa historia que se va perfilando en mi interior desde hace décadas, que sé que estoy llamado a contar pero a la que todavía no tengo capacidad de llegar. Será la historia de mis padres, de los padres de toda una generación marcada por heridas sin cerrar.

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Del Árbol durante su intervención en el Real Casino Antiguo de Castellón. © Carme Ripollés

P: Por desgracia, vivimos en un país de etiquetas. Necesitamos etiquetarlo todo para saber de qué hablamos, lo cual es más perjudicial que otra cosa. En tu caso, se te ha considerado, desde que empezaste, un escritor de novela negra o novela policíaca. No obstante, creo que te has podido liberar de esa “marca” para convertirte en un autor total. ¿O me equivoco?

V. d. Á.: Si volvemos a la pregunta que me hacías algo más arriba, hay algo ya dicho. Creo que las categorías ya no tienen mucho sentido si el objetivo es el ser humano y su naturaleza. Del mismo modo que no tiene mucho sentido hablar de novelas benignas o malignas. Nos acercamos al Hombre en su totalidad y para hacerlo no nos queda más remedio (ni más riqueza) que la hibridación.

P: ¿Para Víctor del Árbol ser escritor es un sacrificio o un placer? ¿O una mezcla de ambos?

V. d. Á.: Siempre un placer. Me considero una persona privilegiada por el hecho de vivir de lo que me apasiona. Y en aquello que me hace sufrir, que me desencanta o que me decepciona conmigo mismo o con los demás también encuentro una forma de aprender.

P: ¿A qué le tienes miedo? ¿Y cómo afrontas o afrontarías ese miedo? (desde tu posición de autor y también de no autor)

V. d. Á.: Miedo a equivocarme en los juicios de valor, a incurrir en prejuicios pese a esforzarme en huir de ellos; miedo a convertirme en un personaje con una máscara que ya no pueda reconocer. Escribir es importante, pero seguir viviendo otras cosas también lo es.

P: ¿Qué valor le concedes a iniciativas como las charlas que organizan los centros universitarios con estudiantes? ¿Crees que los jóvenes están interesados en la literatura?

V. d. Á.: Estos foros son espacios para el pensamiento, el debate y la reflexión. Afrontar este tipo de temas de manera pluridisciplinar me parece una iniciativa muy inteligente y enriquecedora, no solo para los asistentes sino para los propios ponentes.

P: Para terminar, no puedo evitar preguntarte por aquellos libros que te marcaron, aquellas obras o autores que te invitaron a sumergirte de lleno en la lectura y, por ende, en la escritura.

V. d. Á.: Germinal, de Emile Zóla me abrió la conciencia de pertenecer a una determinada clase y comprendí que la escritura es algo poderoso, no por sus ideas, sino por las emociones que sea capaz de transmitir. Con todo, le debo a Camus el amor profundo por nuestro oficio. Y de entre todas sus obras, El Extranjero. ¿Quién no se ha sentido solo mirando el sol ahí arriba, derritiéndonos?

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