
Los libros de poesía tienen una vida a veces secreta, pero no inexistente; a veces oculta y no visible, pero que está ahí. Se prolongan a lo largo del tiempo.
Jordi Doce se considera un asturiano un tanto especial. Su padre es catalán. Su madre, francesa. Vive en Madrid desde hace casi dos décadas y hace poco estuvo por Benicàssim para presentar su último poemario, No estábamos allí (Pre-Textos), motivo por el cual tuve oportunidad de conversar con él. Fue una charla distendida la que mantuvimos, y en ella se reflexionó mucho sobre la poesía, como género literario y como elemento necesario en un mundo que necesita del potencial subversivo e imaginativo del arte.
Doce es un autor que, como tantos otros poetas y literatos en general, tiene una gran vocación de difusión de la literatura misma. Dicho de otro modo, intenta desdoblarse para defender un género, el poético, que sigue siendo un arte muy vivo. No es de extrañar, por tanto, que participe en programas estudiantiles, ya sea en Extremadura o Benicàssim, para ejercer esa labor divulgadora, así como su presencia en distintos talleres de escritura creativa en los que aporta su particular visión y conocimientos. Al preguntarle sobre la importancia de este tipo de iniciativas, el autor nos confesaba que no siempre es fácil compartir ese entusiasmo por la poesía porque «hay un gran desconocimiento, y el desconocimiento lo que inspira siempre es temor». Y sigue: «Si no conoces algo, al principio lo recibes con recelo o aprensión. Es muy habitual. También es verdad que todo esto depende de que los profesores de literatura de los distintos centros educativos tengan sensibilidad y conocimiento del medio, que sepan algo de poesía contemporánea».
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-¿Papel de la poesía?-
¿Qué papel juega la poesía, la literatura, en las escuelas e institutos, en los planes de estudio? A día de hoy, es esta una cuestión harto complicada, difícil de responder, quizá porque nos llevaríamos una profunda decepción sobre el estado actual de las artes y las letras en la educación de un país que vive tiempos extraños. Sin embargo, y para no caer en la tentación de abogar por un discurso victimista al respecto, existen paladines que defienden a capa y espada el papel relevante que tienen o deberían tener esas artes, poetas que hacen a su vez de mediadores, como el propio Jordi Doce, quien reconoce que «el mundo de la poesía es un mundo muy rico, variado, muy ecléctico, en el que hay diversas tendencias y que es tan rico como el mundo del arte, del cine…». Sin duda, es la poesía «una manifestación artística que tiene una gran riqueza» y que, como bien afirma Doce, «sigue evolucionando».
¿Cuál es la situación de la poesía española actual? Ofrecer una respuesta a tal cuestión no debe resultar fácil, pero Doce se atreve y contesta que «la poesía española contemporánea es ahora mismo una de las más interesantes del mundo occidental». ¿Por qué? Le interpelé, y él me replicó diciendo: «Para empezar, porque estamos muy bien informados gracias a las traducciones, que nos ofrecen un conocimiento muy profundo de lo que hacen otros poetas, otras tradiciones culturales literarias». Ciertamente, podemos presumir de contar con un listado de traductores y traductoras de un nivel altísimo. El mismo Jordi Doce ha traducido a William Blake, T. S. Eliot, W. H. Auden, Ted Hughes, Charles Tomlinson, Charles Simic o Anne Carson, entre otros, lo que, de alguna manera, también ha influido su obra. «Para mí ha sido muy importante la poesía anglosajona, claro. Me ha interesado mucho la poesía romántica inglesa, con esa poesía del paisaje, pero también los poetas franceses. Las influencias son infinitas», expresa.
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-Influencias-
Al preguntarle sobre esas influencias, afirma sin dudar que para él han sido muy importantes los poetas españoles de la generación de la década de los años 50 del pasado siglo XX. «Tanto los poetas urbanos, como Gil de Biedma o Barral, como los poetas más metafísicos, como Claudio Rodríguez, Valente, Gamoneda…», señala. También ha leído poesía catalana, destacando a un poeta que, reconoce, admira mucho, como es Joan Vinyoli. Asimismo, la poesía latinoamericana está presente en sus lecturas con autores de la talla de Octavio Paz o Gonzalo Rojas. Todos esos nombres, todas esas obras leídas y reposadas, han ido nutriendo de alguna forma su forma de escribir y entender la poesía, una poesía que no debemos entender como un género delicado, desconocido o elitista. «La cuestión es no caer en paternalismos, en condescendencia. No pensar que la poesía per se es algo difícil, algo hermético, porque no lo es. La poesía está ligada a la vida, está ligada a cuestiones centrales de la vida, a preguntas esenciales de la existencia», opina el autor de obras como No estábamos allí (Pre-Textos).
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-Poesía vs. Elitismo-
Como no podía ser de otro modo, le insistí para que ahondara un poco más en esa idea de que la poesía es para unos pocos —idea, por cierto, que planea desde tiempos ha—. Al respecto, Doce contesta que, obviamente, «existe esa idea de que la poesía es casi una especie de lenguaje codificado, blindado, que solamente se revela a unos pocos iniciados. Depende de cómo lo leas, de cómo lo acerques o expliques. Todo arte tiene un lenguaje, todo arte tiene una retórica», y acto seguido, concluye: «Lo que no puedes convertir es ese lenguaje, esa retórica, en una coraza, en una armadura». No obstante, y por desgracia, se sigue pensando en la poesía como algo elitista o marginal. Algunos opinan que esto es así por un puñado de malos poetas que quisieron ocultar su mediocridad con oscuridad. En el caso de Jordi Doce, cuenta que «estamos acostumbrados (la sociedad contemporánea), no sé por qué, a tener muchísimo miedo a las alturas. Hay que bajarlo todo al suelo y vulgarizarlo, y simplificarlo», si bien es cierto que hay gente a la que «ciertos desafíos o alturas le son necesarios para crecer y para desarrollarse, para ir más allá», en sus propias palabras.
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-La imaginación-
Para Jordi Doce, en poesía, un concepto fundamental es el de imaginación. Según el autor, es la imaginación lo que «nos permite saltar por encima de nuestras limitaciones cotidianas, de nuestras constricciones cotidianas, de esa vida diaria que a veces llevamos y en la que no vemos más allá». Y continua: «la imaginación es la que te permite ponerte en la piel de los demás, la que te permite desarrollar la empatía, la que te permite imaginar futuros posibles; en este sentido, la imaginación es la comadrona de la utopía». Al parecer, lo que viene a decir el poeta es la necesidad de acercar «el carácter o potencial subversivo, imaginativo del arte, y en este caso de la poesía», acción que resulta esencial para no caer en el tedio o, lo que es peor, en la apatía.
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-Acento narrativo-
De su poemario No estábamos allí muchos críticos han destacado su «acento narrativo». Al preguntarle a Jordi por esta cuestión, habló en primer lugar del proceso de madurez del libro, un libro que tardó bastante en escribirse —él mismo lo confiesa— y con el que quiso emprender una nueva etapa, ir en otra dirección, «más narrativa en algunos casos». En ese libro, Doce toma al poema como género de ficción en el que podía contar pequeñas historias, «a veces un poco misteriosas, un poco elípticas, con personajes un poco fantasmales que van y vienen…», según cuenta. Su preocupación, o una de sus preocupaciones durante el proceso de escritura de esta obra fue el interés por escribir «en una voz que, pudiendo funcionar en el papel, funcionara en el silencio, en la lectura del lector que lo lee en su casa, al tiempo que se pudiera defender en público, que la pudiera proyectar y compartir en lecturas públicas». Un proceso nada fácil pero en el que ha trabajado de forma concienzuda hasta desarrollar una «voz pública» en algunos de los poemas, «sin caer o sin descuidar la lectura callada, la lectura del silencio».
Según discurría nuestra charla, Doce llegó a reconocerme que en algunos de sus poemas antiguos, que defiende y que le gustan, percibía que estaban muy blindados, «demasiado trabajados retóricamente», me decía, y eso es, precisamente, lo que se volvía en su contra en las lecturas a viva voz. Es por ello, declaraba, que quiso abrir un poco el poema, «he querido hacerlo más suelto, más fresco», pues para él la lectura es muy importante porque con la lectura puedes comunicar hasta el punto de que el o los oyente/s puedan percibir una energía, «una cierta tensión emocional, unos contenidos emocionales y afectivos» que, a la postre, hacen de la poesía un elemento vivo extraordinario. «Ese acento oral me parece muy importante, quizá no en todos los poemas del libro, pero sí en una parte importante», sostiene el poeta.
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-La forma-
¿Qué es más importante en una obra literaria? ¿La historia o trama, el estilo o forma, el lenguaje…? En el caso de Jordi Doce podríamos afirmar que la forma y el lenguaje son primordiales, así como el ritmo, si bien posee un afán por innovar, por no repetirse, que es modélico. El poeta asturiano se considera, para bien o para mal, bastante autocrítico. «Todo lo que hago lo someto bastante a revisión. Una vez publicado intento no repetirme, pero tampoco es un intento consciente», asegura, y acto seguido intenta liarme —es broma, claro— al decirme que «uno escribe un libro, pero al final es el libro el que le escribe a uno». ¿Qué quiere decir con ello? De alguna manera, lo que ocurre es, en sus propias palabras, que «cuando pasas por un trayecto determinado, que corresponde a un libro, estudias unos poemas lentamente, y a veces tardas tres años, a veces seis en ello, y vas escribiendo esos poemas que responden a un viaje de la imaginación y de la conciencia que tiene lugar en el tiempo; y cuando ese viaje termina y el libro se cierra, tú percibes naturalmente que el libro, de alguna manera, te echa».
Como asegura Doce, al final uno es un poco hijo del libro que ha creado, es decir, el libro es el que nos crea o moldea, porque nos conduce a otro lugar en el tiempo, físico y anímico. Es por ello, dice, «que lo que escribas después no puede parecerse a lo que escribías hace cinco o seis años, al menos en mi caso. No es una decisión consciente, no es que yo dijera que no me voy a repetir, sino que inevitablemente vas evolucionando con el tiempo y es el propio libro el que te obliga a seguir escribiendo otras cosas». Efectivamente, existe, o debe existir, una evolución que es bastante inevitable, en el caso del autor. Aunque, eso sí, una evolución plagada de dudas, claro, «porque no sabes si estás haciendo el canelo o te estás saliendo de tu zona de confort, cosa que es interesante. Al final, vas por tu camino».

Hablando sobre la forma, Doce cree que «todo arte es una lucha con los materiales que sean», una afirmación un tanto extraña tratándose de lo literario, pero bastante acertada, porque si lo pensamos detenidamente, todos nos servimos de lo que tenemos a nuestro alcance para crear algo. «Si uno es escritor está luchando, bregando, lidiando con las palabras. Evidentemente, en ese trabajo con los materiales, surge la forma, aunque la forma no es nunca una horma, no es nunca una caja cerrada en la que hay que meter cosas, es una forma que surge naturalmente de ese diálogo con los materiales», expresa.
Fruto de ese diálogo, de esa conversación íntima que mantiene el autor con aquello que le rodea y con la palabra, comienza a gestarse el poema, y cuando uno escribe un poema, en palabras de Jordi Doce, «hay una línea melódica, hay un ritmo, una atmósfera que las palabras van creando, hay un tono (es muy importante que el tono de voz funcione, para ti y para los lectores), y todas esas variables son o se integran o se juntan en un solo concepto que es el concepto de forma». Al autor de Nada se pierde o Perros de playa le interesa un concepto de forma más abierto: «Me interesa mucho el proceso por el cual un texto acaba escribiéndose».
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-El proceso creativo-
«El proceso creativo es más o menos análogo en muchas artes», afirma de forma contundente Jordi Doce. «En poesía —continua—, por ejemplo, está la idea del montaje cinematográfico, pues hay puntos de vista, hay travellings, hay fundidos, hay yuxtaposiciones violentas si te interesa crear un efecto de transición rápida, hay choque de elementos muy antagónicos… También existen conceptos del mundo de la pintura, pues un poema tiene algo de cuadro, en el sentido de que visualmente tiene que tener un aspecto visual y en la forma en la que organizas las palabras». Sin embargo, Doce cree que el lector «no tiene por qué enterarse de esto, pero si acaba enterándose bien está», y añade: «De la preocupación formal me preocuparía si se viera como una especie de blindaje. Interesa que la forma esté ahí pero que no se note».
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-Reflexión del tiempo-
El tiempo ha estado siempre presente en la trayectoria de Jordi Doce. Así me lo confesaba él a lo largo de nuestra conversa, si bien antes, en su obra, estaba más presente el espacio. «Por eso los poemas eran como esculturas, instalaciones casi», explica. No obstante, una vez te adentras en ese espacio, el tiempo aparece. «En el momento que das un paso, avanzas en el espacio y también en el tiempo. El espacio y el tiempo siempre van asociados». ¿Qué importancia tiene para Doce el tiempo? Dejando a un lado toda esa «pedantería teórica» anterior —son palabras suyas, que conste—, en su poemario No estábamos allí cobra especial importancia esa reflexión del paso del tiempo al ser lo que él define como «un libro de cuarentena», es decir, que empieza a escribirlo cuando tiene cuarenta y pocos años, momento en el que, dicen, existe cierta crisis existencial que, en su caso, coincide con otra crisis, la económica, que para Doce no es exactamente una crisis, si no, más bien, un cambio de sistema socioeconómico.
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-Crisis? What Crisis?-
Teniendo lo anterior en cuenta, No estábamos allí es, también, «un libro de desconcierto vital», tal y como me aseguraba. Fue en ese preciso instante, cuando aprovechó para reflexionar sobre la situación de desconcierto que nos ha tocado y nos toca vivir. De forma sincera, me transmitió su pesar, diciendo: «Pensábamos que íbamos a llegar a algún sitio pero nos han quitado un poco el suelo bajo los pies. Había un horizonte, unos principios, más o menos de tipo moral que regían tu paso por la vida, y había una especie de contrato tácito que indicaba que, más o menos, haciendo una serie de cosas la vida iría desenrollándose, desplegándose». De ahí que defina al libro como «un libro de desconcierto», porque uno se da cuenta de que «prácticamente sigues estando en la casilla número uno. En general siempre estamos en esa casilla». Doce medita, y se da cuenta de que «han pasado 25 años y seguimos estando más o menos donde estábamos, algo que en realidad no es verdad, pero es la sensación que uno obtiene. Parece que todo aquello en lo que nos habían educado y nos habían prometido, se ha ido. Por otra parte, aquello que pensábamos que era sólido, ya sabíamos que no lo era. También las viejas ilusiones no eran muy reales, ni muy ciertas, pero nos engañábamos todos».
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-Autor sereno y profundo-
Muchos consideran a Jordi Doce como un autor sereno y profundo. Al preguntarle sobre esto mismo, me respondió que no tenía idea, aunque sí reconocía que es un escritor «lento». Para escribir un libro, explica, le hacen falta cinco, seis años, puede que siete. «Un ritmo muy lento para lo que la gente está acostumbrada. Pero a mí me parece que los libros, ya sean de narrativa o de poesía, sean de lo que sean, necesitan una cierta maduración, necesitan imantarse de tiempo, impregnarse de los limos y de los sedimentos de la vida, de las experiencias», sugiere. Así pues, no cree que sea serio ni profundo. «Obviamente, no soy un escritor cómico, aunque tengo un sentido del humor negro, sobre todo en los aforismos, donde aflora cierta ironía, un cierto sarcasmo, pero es un humor más bien cáustico, pero en poesía no, claro», sostiene. Y continúa: «mis poemas están bastante imantados y cargados de todo lo que arrastra uno. Algunos lectores me han dicho que mis poemas son muy atmosféricos, que crean una atmósfera y uno se mete en ella y estás ahí habitándola».
Tomarse su tiempo es necesario, vital, para alcanzar esa exaltación y conmoción, ese sentido que busca imprimir en cada palabra. Es por ello que, en general, aunque es consciente de que todo es relativo, «la gente que publica un libro al año o cada dos, pienso que al final todo resulta excesivamente ligero, que pierde peso». Eso no quita para que reconozca que también hay poetas muy buenos que han escrito con cierta facilidad y con rapidez. «Hay libros que se han escrito muy rápido y ese era su sentido. Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca, se escribió en apenas un año, año y medio, aunque luego sí estuvo años trabajando en él. Pero como yo no tengo ese talento, lo tengo que compensar con tiempo y mucha reflexión [aquí hubo risas, claro]».
Talento, lo que se dice talento, a Jordi Doce no le falta. Ensayista, poeta y aforista, traductor, como bien dice Francisco Javier Irazoki, «Jordi Doce escribe sin hojarasca verbal», y es capaz de crear una belleza diáfana a través de sus versos. Fue un verdadero placer poder charlar con él, compartir pareceres y aprender, pues uno siempre aprende de aquellos que imaginan.
No estábamos allí cuando ocurrió.
Íbamos de camino a otra ciudad,
otra vida,
bajo un cielo cambiante que se movía con
nosotros.
Cruzamos campos verdes, amarillos,
pueblos de gente suspicaz y cuervos impasibles,
y ni una vez echamos en falta nuestra casa
o sentimos nostalgia del pasado.
Así era el viaje:
por la noche silencio,
a la mañana niebla.[…]«Suceso» (fragmento), de Jordi Doce.