Las certezas de ayer han muerto. Charlando con Frédéric Pajak

Frédéric Pajak
Frédéric Pajak © Lea Lund

Hay una frase en Materia oscura (Páginas de Espuma), de Ángel Zapata, que podría resumir la vida de tres hombres, escritores y pensadores los tres, que se vieron excluidos de la sociedad de su tiempo. Dice así: «Cada no mucho tiempo, un hombre hecho de lágrimas cruza la calle».

Al pensar en Friedich Nietzsche, Cesare Pavese o Walter Benjamin puedo imaginarles cabizbajos, temerosos, con ese aire de derrotados, vagando sin rumbo por la oscuridad de su soledad buscando aquello que ya no existe. Los tres fueron personas en conflicto consigo mismas y con ese mundo circundante que no lograron entender o al que no supieron enfrentarse. Los tres huyeron de su realidad protagonizando una serie de quiebras existenciales, y también los tres fueron privados del amor de una mujer. Por si fuera poco, los tres dejaron esta tierra quizá demasiado pronto; dejando, eso sí, una obra genial que, en cierto modo, rompería muchos de los preceptos en los que se asentaba la sociedad europea occidental.

Resulta particularmente curioso el hecho de que Frédéric Pajak haya centrado gran parte de su trabajo en estos tres personajes. En La inmensa soledad (Errata naturae) son Nietzsche y Pavese los protagonistas de su pincel o pluma, tinta china y papel. Obra extraordinaria ésta en la que entrelaza la vida de ambos, centrándose en sus respectivas vivencias en la ciudad de Turín. Con este trabajo Pajak conquistó a unos cuantos, incluyéndome a mí. La particularidad de su quehacer literario, su singularidad, radica en la combinación de texto e imagen. Esto no sería una novedad si no fuera porque aquello que Pajak nos ofrece es un ensayo, una especie de relato filosófico. En otras palabras, el autor francés combina la narrativa con la novela gráfica y el texto ensayístico, permitiendo que muchos lectores reticentes a adentrarse en los vericuetos de la filosofía moral se atrevan a profundizar en serias reflexiones sobre ideología o el pensamiento moderno. He ahí su gracia.

Tras su extraordinario estudio sobre el bigotudo filósofo de la sospecha y el autor italiano que siempre trató de buscar la propia identidad, Frédéric Pajak presenta ahora el primer volumen de su Manifiesto incierto. Errata naturae es la encargada nuevamente de publicar esta obra que ha sido magistralmente traducida por Regina López Muñoz, una vez más. En esta ocasión es Walter Benjamin el «soñador abismado en el paisaje», el protagonista de esta obra en la que el lector viajará por distintos puntos de la geografía europea, al tiempo que será testigo de uno de los momentos de mayor desencanto de nuestra historia reciente.

Pregunta: Se publica ahora en España el primero de los volúmenes de su Manifeste incertain, obra en cuyo prólogo ya reconoce que es una obra que no sabía cómo empezar ni cómo terminar, si es que terminará. Hace alusión a «la guerra del tiempo que extingue al tiempo», habla de un futuro improbable y de que el presente ha perdido toda presencia del pasado. ¿Estas dudas son fruto del pensamiento postmoderno, aquél que asegura que todo es paradoja y contradicción?

Frédéric Pajak: Las certezas de ayer han muerto, incluso aunque intenten resurgir aquí y allá. Hablo de las grandes ideologías del siglo XX. Es necesario evocarlas, hacer tabula rasa y reconsiderar las cosas a partir de la incertidumbre en la que nos sumergimos hoy en día. El Manifiesto incierto es primero una evocación de los dogmas que enturbiaron mi juventud, en los años posteriores a Mayo del 68, los famosos «años 70» durante los cuales, en Francia y en otros lugares, algunos todavía creían en una revolución. Pero no se produjo. En su lugar triunfó el liberalismo, que no hace más que desarrollarse, tomando diversas formas, en especial la de «socialismo». No se trata de complacerse en la incertidumbre, sino, a partir de ese sentimiento difuso, imaginar la Historia de un modo diferente, y sobre todo, de dejar aparecer las ideas y los actos que han sido borrados, como por ejemplo la democracia de las Comunas de la Edad Media, enemigas de la centralización. En adelante, el Manifiesto incierto tomará un tono más político, que no tiene que ver con el pensamiento postmoderno.

P: ¿Cree que Walter Benjamin ejemplifica esa existencia contradictoria, de ahí que sea el protagonista de esta reflexión sobre un periodo tan complejo en el que el auge del nacionalsocialismo en Alemania cobra especial relevancia?

F. P.: Benjamin, precisamente, está entre dos fuegos: Hitler y Stalin. Aun cuando evoca una revolución comunista, en la que le gustaría creer, se despega de ella para soñar con una sociedad utópica. Sin embargo, su lenguaje está marcado por el marxismo, sobre todo por el pensamiento dialéctico que hoy en día todo el mundo rechaza. Las contradicciones de Benjamin, entre marxismo y mesianismo, se resuelven brutalmente en el mundo del liberalismo triunfante. Su pensamiento se vuelve obsoleto, pero algunas de sus intuiciones siguen siendo estimulantes, o al menos, enigmáticas.

P: En esta primera entrega explica algunos de los viajes que Benjamin realizó por Europa, concretamente a la isla de Capri, a Niza o la isla de Ibiza, lugar en el que permaneció durante varios meses en el año 1932 y al que volvió un año más tarde. Se ha servido de su correspondencia para documentar esa estancia en Ibiza, ¿cierto?

F. P.: Por supuesto, he leído con mucha atención su correspondencia, al igual que los breves textos que redactó en la isla. He leído varias biografías y también he citado el libro de Vicente Valero, Experiencia y pobreza: Walter Benjamin en Ibiza, 1932-1933, que relata también la estancia en Ibiza, en ese mismo periodo, del dadaísta berlinés, y de otros personajes. Es un libro muy interesante, originalmente publicado en España.

P: El fascismo convirtió a Benjamin en un apátrida. El hecho de no volver a su país le marcaría su destino de algún modo, ¿no es así?

F. P.: Evidentemente. Lo que me ha apasionado de él es que, debido a su exilio, ha permitido acceder a un aspecto de los lugares por los que erró que sólo un extranjero puede percibir. Así, su visión de Ibiza es completamente singular. Aún cuando vive, en esa isla entonces pobre, una experiencia de la soledad que marcará su obra y su filosofía, observa con mucho interés a sus habitantes. También atraviesa a pie toda la isla, de punta a punta. Se interesa por su Historia, su arquitectura, sus costumbres. A pesar de sus dificultades, vive unos meses muy felices en Ibiza.

P: Hoy en día la figura de Walter Benjamin es prestigiada y reconocida. Sus estudios sobre la fotografía o sobre autores como Goethe o Kafka, así como sus traducciones son ahora de sobra conocidos. No obstante, en su época tuvo que ejercer diversos trabajos para la radio o para otros medios para sobrevivir. ¿Significa esto que pensadores como él son siempre o casi siempre unos incomprendidos de su tiempo?

F. P.: El gran drama de Benjamin —que también resultó ser un golpe de suerte para él— es que fuese excluido de la Universidad. Al contrario que Max Horkheimer y Theodor W. Adorno, no deja de ser un marginal, alguien a quien no pueden controlar, que se les escapa, los adelanta y les inspira. La Historia ha conservado el nombre de Benjamin, pero casi ha olvidado los de Horkheimer y Adorno. Su destino trágico tiene mucho que ver en ello. Es una suerte de figura intelectual irrecuperable, un poco como Nietzsche (aunque hayan querido falazmente hacer de él un inspirador del nazismo). Nietzsche y Benjamin están, por razones diferentes, condenados a la errancia. Hay en ellos una dimensión romántica y novelesca que fascina.

P: Además de centrarse en las vivencias del intelectual alemán, también ofrece de forma paralela un relato personal o testimonio sobre el florecimiento de nuevos movimientos fascistas en Europa. ¿Cuál cree que es la situación actual ahora que se ha vuelto a reeditar el Mein kampf de Hitler?

F. P.: El neofascismo de hoy en día es asunto de grupúsculos. Sin embargo, el populismo del que procede es mucho más amenazador, con la particularidad de que tendrá que contemporizar, lo quiera o no, con el liberalismo más salvaje. Si Francia se inclinase hacia la extrema derecha, no sobreviviría durante mucho tiempo a las leyes del mercado. El fascismo y el nazismo sólo pudieron dominar un tiempo gracias a la guerra (el franquismo y el salazarismo son otra historia). Lo que no les impidió afirmarse como una forma de capitalismo. En la actualidad, una guerra entre europeos parece muy improbable. En cuanto a enviar tropas a Siria, estamos muy lejos de ello, e incluso un estado de extrema derecha renunciaría a ello.

P: ¿El ser humano nunca aprende de sus errores? ¿Cuáles piensa que son los males que pueden asolarnos?

F. P.: Vivimos una época de confusión extrema. Se trata de una incertidumbre en el mal sentido del término, una incertidumbre que no tiene nada de creación, que es una sumisión, que es, por hablar con una nueva palabra, «ansiogénico». Esta incertidumbre obedece a la violencia económica, a la tiranía del liberalismo, y a la violencia sin adjetivos, por ejemplo, el terrorismo, nacido de nuestra guerra en Oriente Medio. En Francia, nadie o casi nadie se atreve a meterse con la política belicosa de Mitterrand. Se sometió al expansionismo americano para supuestamente ir a liberar Kuwait. Aquella guerra absurda, que no tenía justificación alguna, generó el caos en Irak. Miles de personas murieron inútilmente. Francia no quiere mirar de frente sus propios crímenes. Elige olvidar. Quiere borrar su historia reciente. Antiguos oficiales, policías y militares de Saddan Hussein, torturados en las cárceles iraquíes, con la bendición de los occidentales, han decidido, una vez liberados, vengarse. Nuestra ceguera occidental nos cuesta muy cara.

P: En Manifeste incertain intercambia el diario personal con el diario de viaje, anotaciones de lecturas, curiosidades… Los saltos en el tiempo a veces despistan al lector, si bien lo que ensambla toda la obra es ese viajar al pasado para llegar a comprender ciertos errores de nuestra naturaleza, ¿no?

F. P.: La Historia es elástica. Cada uno puede decidir tensarla más o menos, volver al pasado, leerla con sus propios ojos, o a la luz de testimonios, o de algunos libros históricos, y también de la poesía. Al igual que cada uno puede penetrar mentalmente en la Historia, una sociedad entera puede, si tiene voluntad de ello, rehabilitar su pasado, es decir, dar cuerpo y alma a sus excluidos: los vencidos, los abandonados a su suerte, o, para hablar como Benjamin, los traperos. Por ahora, ninguna sociedad tiene intención de hacer que reviva su pasado. Prefieren travestirlo, pero, al travestirlo, rechazan su futuro. Proceden con una violencia refinada, con el fin de abolir sistemáticamente el movimiento de la Historia. Es una técnica de obcecación, de ceguera, una técnica ya probada. Es, por tanto, a ciegas como la sociedad se aprehende a sí misma. De este modo, la sociedad está sumergida en una extraña noche, una noche oscura que no comienza ni tiene fin, pues no tiene ni pasado ni futuro. Y en esa noche estamos como suspendidos en el presente. Nos refugiamos en ella, como en un capullo. ¿Hasta cuando?

P: Centrándonos en su trayectoria, es imposible obviar el hecho de que ha dado un giro inesperado al ensayo a través de sus ilustraciones, dando pie a lo que muchos han denominado como “ensayo gráfico”. Une palabra e imagen de un modo insólito. Aunque ya le habrán hecho esta pregunta mil veces, ¿por qué tomar esa decisión, para diferenciarse del resto, o era una necesidad en su modo de expresarse?

F. P.: Durante mucho tiempo quise hacer películas —ahora mismo preparo dos documentales—, pero, cuando empecé a trabajar en, comprendí rápidamente que no podría filmar las calles y las plazas de Turín tal como las había conocido Nietzsche: demasiados coches, letreros, carteles publicitarios, demasiada vulgaridad estética. Empecé entonces a dibujar la ciudad como quería verla, una ciudad desierta. El dibujo me pareció la única manera de dar cuenta de su atmósfera. El dibujo es un arte pobre, al contrario que el cine. No requiere más que un poco de papel, tinta, un pincel y una pluma. Diría que tuve que «inventar» una forma por necesidad.

P: Walter Benjamin fue traductor. ¿Qué opina de la traducción? ¿Qué sensación obtiene al ser traducido?

F. P.: Mi compañera es traductora. Mis libros se traducen en varias lenguas y para mí es la felicidad suprema.

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