La crónica es un ornitorrinco. Charlando con Juan Villoro

GRA117. BARCELONA, 07/04/2016.- El escritor Juan Villoro posa para Efe hoy en Barcelona durante la presentación de su último libro, "Palmeras de la brisa rápida", en el que viaja al Yucatán sentimental de su abuela, marcado por sus orígenes mayas y que ha cambiado radicalmente en los últimos 25 años. EFE/Alejandro García
Juan Villoro © Alejandro García

Hacer periodismo desde lo literario es establecer una búsqueda, intentar satisfacer una inquietud a partir de un ejercicio en el que debemos tomar consciencia de nuestro tiempo para reflejar, si se puede, la realidad paradójica en la que vivimos. En este sentido, es de vital importancia crear un tono preciso a través del lenguaje. Debemos provocar un diálogo que induzca al lector a que reflexione y el mejor modo para ello es contando una historia.

Uno de los más grandes cronistas latinoamericanos, el genial Carlos Monsiváis, dijo una vez: «O ya no entiendo lo que está pasando o ya no pasa lo que estaba entendiendo». Estas palabras reflejan esa perplejidad de nuestra actualidad, esa que parece empeñada en privarnos de un sentido inteligible. Dicen que el origen del periodismo radica en la escasez de información. Dicen, también, que hay que enfocar, contextualizar, analizar… De ahí que, para mí, la crónica periodística —que es literatura— o el artículo de opinión sean las herramientas más precisas y atractivas por varias razones, la primera de las cuales es la de comprender que no existe el periodismo objetivo. No hay una sola perspectiva, una sola interpretación de los hechos o acontecimientos. Y como esto es así, uno debe «contar» una historia, cuanto más atractiva para el lector, mejor, algo que Juan Villoro lleva practicando con maestría desde hace ya un buen tiempo.

Aprovechando su visita a España para presentar un libro de crónicas que permanecía inédito en nuestro país, tuve ocasión de robarle unos minutos para hablar de la crónica periodística, ese género que se fija en los detalles y que le permite a su autor escribir cosas como esta: «En un sitio donde ‘patatín y patatán’ significa ‘etcétera’, no es raro que los diálogos alcancen el teatro del absurdo». Y es que la crónica, en palabras del propio Villoro, «hace de lo personal un asunto compartible».

palmeras-brisa-rapidaPregunta: En una ocasión le escuché decir que la crónica es un ornitorrinco. Me quedé atónito. ¿Un ornitorrinco?

Juan Villoro: Sí, porque el ornitorrinco tiene la característica de parecer la suma de distintos animales. Podría parecer un pato, un castor, un marsupial… y, sin embargo, no es ninguno de estos animales. A semejanza del ornitorrinco, la crónica se beneficia de muchos géneros literarios a condición de no ser ninguno de ellos. Tiene algo del relato, del reportaje, del ensayo, del libro de memorias, incluso del teatro por el manejo de los diálogos y las declaraciones, pero es diferente. Entonces, así como el ornitorrinco parece muchos animales posibles, y resulta genuino como un animal distinto, la crónica, que también se asemeja a muchos géneros, es en realidad un género propio.

P: En Palmeras de la brisa rápida (Altaïr) ofrece varias pistas de lo que debería ser una crónica. En un momento dado escribe: «A diferencia de las guías, las crónicas no proponen un estilo de viaje sino el viaje a un estilo»

J. V.: Eso me parece muy importante porque hoy en día los viajes difícilmente son epopeyas de exploración o descubrimiento de un territorio. El mundo ha sido conocido casi en todo su detalle, salvo algunos lugares del fondo del mar, y resulta muy difícil hacer un libro de viajes que sea una aventura. Entonces, lo que nosotros podemos hacer como cronistas hoy en día es convertir lo diario en una aventura a través del estilo narrativo. Es como si emprendieras un viaje en automóvil durante doce horas con otra persona; si el acompañante es maravilloso, el viaje puede ser fascinante e inolvidable, si no es así, puede ser una pesadilla. Yo creo que el libro de viajes es una forma de la conversación, depende mucho de qué tan interesante sea lo que dice el cronista para saber qué tan buen compañero de viaje es.

P: Esto mismo lo podríamos enlazar con algo que también dice usted sobre la crónica, que es «una mezcla de información con emoción».

J. V.: Efectivamente, porque la crónica te comunica datos y al mismo tiempo te lleva a un destino singular con el que te puedes identificar y que te puede emocionar. Hay artículos periodísticos que te dan información pura y dura, pero esto no te conmueve porque no lo vinculas con una persona, con la intimidad de otra gente. La crónica sí tiene esta capacidad, y me gustaría pensar que Palmeras de la brisa rápida es un libro en el que hay muchos datos sobre Yucatán, sobre su historia, sobre muchos aspectos de la vida en ese lugar, pero todo eso puede resultar interesante por la forma en que lo ha vivido una persona o bien las otras personas de las que yo hablo en el libro.

P: En el prólogo de su Antología de la crónica latinoamericana actual (Alfaguara), en el cual está incluído, Darío Jaramillo escribe que «la crónica periodística es la prosa narrativa de más apasionante lectura y mejor escrita hoy en día en Latinoamérica». ¿Está de acuerdo?

J. V.: Yo creo que sería muy contundente decir que sólo en la crónica se escribe buena prosa, pero ciertamente, en lo últimos años, ha habido una eclosión de magníficos cronistas, como Martín Caparrós, que también escribe novelas, o Leila Guerriero, o Alberto Salcedo Ramos… Es un género que goza de particular excelencia hoy en día, de modo que buena parte de la mejor prosa en el idioma se está expresando a través de la crónica.

P: Ahora que ha mencionado a Leila Guerriero, recuerdo que una vez me dijo que lo más importante a la hora de hacer una crónica es hablar con las personas, interesarse por sus vidas, sus historias. Esto es algo que uno encuentra también en Palmeras de la brisa rápida. Lo que me interesaría saber es cómo establece usted ese “pacto de confianza” necesario con las personas que luego pasarán a formar parte de esas crónicas.

J. V.: Uno puede escribir una novela sin pensar demasiado en cómo debe tratar a los personajes, los puedes incluso maltratar, puedes ser un tirano terrible con ellos. Vladimir Nabokov decía: «Mis personajes tiemblan cuando me les acerco». Los trataba como un dictador. En cambio, en la crónica necesitas ganar la confianza del otro, interesarte en voces que no son la tuya, son los demás los que tienen la razón. Creo que todo depende mucho de la empatía. En Palmeras de la brisa rápida yo hablé con gente muy diversa: empresarios, ecologistas, historiadores, taxistas, obreros, músicos de rock, luchadores… Lo importante era tratar de encontrar sus historias a través de lo que te podían decir. Pienso que el cronista debe tener una predisposición a escuchar a los demás, pero también una capacidad de aprendizaje, porque no basta con decir «quiero oír a los demás», debes aprender a hacerlo. En este sentido, uno debe estar muy atento a lo que dicen los otros y a sus vidas; esta es una de las características centrales de la crónica.

Juan Villoro © Alejandro García
Juan Villoro © Alejandro García

P: Como también dice usted, es «estar presente».

J. V.: Es «estar presente» pero en el destino de los demás, ¿no? No pensar en función de uno mismo. Si algo cuestiono yo en Palmeras de la brisa rápida es mi propio punto de vista. Hago muchas bromas sobre mí mismo, sobre los malentendidos en los que incurro, sobre las interpretaciones falsas o precipitadas que tengo… Discuto mucho mi perspectiva como cronista. Algunas de las mejores crónicas, como por ejemplo la de Bernal Díaz del Castillo sobre la conquista de la Nueva España se deben al desconocimiento de una realidad. Bernal no podía describir con detalle y a ciencia cierta una realidad que nadie más había visto antes, carecía de referentes, de vocabulario para hablar de ese mundo. Y, sin embargo, hizo una crónica espléndida. Por tanto, también desde el malentendido, desde la confusión, se puede escribir. Lo honesto, lo simpático, es que también uno transparente sus confusiones en el momento de escribir.

P: Algo de vital importancia, no solo en la crónica sino en la literatura, es el hecho de querer comprender el mundo. Para ello a veces es necesario volver al pasado, cosa que usted hace en estos textos. Viaja de nuevo a Yucatán, vuelve al origen, a la tierra de su madre y de su abuela, ¿no?

J. V.: La crónica es el arte de entender. Así como en una novela policíaca o en una investigación policial cuando se cierra una puerta eso significa un problema, en la crónica cuando algo no se entiende es justamente un tema para ser explicado. La crónica tiene que ver con eso, con esa generosa voluntad de tratar de entender lo ajeno, incluso lo más abstruso, lo más complejo.

P: Para ello se necesitaría crear un buen diálogo, establecer un tono, cuidar del lenguaje… Todo ello nos lleva irremediablemente a una misma cosa, como es la de mimar al lector.

J. V.: La realidad de la crónica está en el mundo de los hechos. La realidad de la crónica está en el texto escrito. Cuando uno lee una crónica, lo más importante es el lenguaje, porque la verosimilitud, la credibilidad, la autoridad de la crónica depende de la forma en que ha sido escrita. Mientras mejor escriba un cronista, mientras más simpatía pueda establecer con el lector, más creíble y más interesante será su material. De ahí que eso que tú comentas de «mimar al lector» tenga que ver justamente con la sustancia misma, la textura de la crónica, que es el lenguaje.

P: Y para ello el tiempo ocupa un lugar primordial. Hoy en día parece que todo es o debe ser inmediato.

J. V.: Una de las paradojas de la crónica es que es literatura bajo presión. Se necesita tiempo para hacerla, pero al mismo tiempo el cronista es un velocista. Tiene que resolver de manera más o menos rápida lo que hace. Cuando a ti te encargan un texto, en ocasiones solo tienes dos días, tres a lo sumo, para entregarlo. Eso te fuerza a encontrar soluciones inmediatas. Hay un tipo de escritor que si no dispone de tiempo suficiente es incapaz de concluir el texto, o entrega una versión demasiado provisional, pero la crónica también tiene que ver con la capacidad de resolver en poco tiempo problemas narrativos muy serios.

P: De ahí que sea literatura bajo presión.

J. V.: Así es. A veces la presión te permite decir cosas que no hubieras dicho sino la tuvieras.

P: ¿Quiere decir que se actúa de forma casi instintiva?

J. V.: Claro, te ponen una pistola enfrente y entonces te inventas una excusa para tratar de que te perdone el asaltante, ¿no? El peligro cede por tanto a un tipo de elocuencia especial. Lo mismo ocurre con la presión y la prisa; forzado a entregar un texto puedes encontrar soluciones que no hubieras hallado teniendo todo el tiempo del mundo. Pero con esto no quiero decir que haya que escribir con descuido, al contrario; hay que escribir de la manera más cuidada posible. Aunque, insisto, no hay cronista sin prisa. De alguna manera, todos tenemos siempre muy poco tiempo para entregar, menos del que quisiéramos.

P: En algunas de las crónicas de Palmeras de la brisa rápida menciona al viajero “sentimental”, ese que «deja que sea la vida la que se ocupe de las sorpresas».

J. V.: Me interesaba mucho hacer un viaje que no siguiera los esquemas típicos del turismo. Naturalmente yo visito las pirámides, los centros de interés, pero también trato de captar la vida que pasa, el rumor de la cotidianeidad, de lo que no necesariamente forma parte de las atracciones típicas del turista pero que, sin embargo, determina la vida de un lugar. Para entender un sitio es muy importante, de pronto, perder el tiempo, ir a un café, ver cómo se articula la gente ahí… Todas estas cosas contribuyen mucho a encontrar el tono secreto de un lugar, y es lo que traté de hacer. No solo seguir las guías turísticas sino proponer otro tipo de actividades que trataran de captar una vida un tanto más genuina.

P: ¿Y qué papel juega en todo esto la capacidad de asombro?

J. V.: Es esencial. Sin curiosidad, sin asombro, no hay literatura. Creo que uno de los peores infiernos que pueden ocurrirle a un ser humano es la pérdida de la curiosidad. A cierta edad mucha gente deja de interesarse en cosas, se repliega, y ya no tiene esta inquietud de dejarse asombrar por las cosas, hay gente que pierde su capacidad de admiración, y yo creo que eso es una muerte anticipada. Pienso que el mundo es suficientemente rico como para encontrar ahí motivos de asombro.

P: Este libro de crónicas permanecía inédito en España. Imagino que si echa una mirada hacia atrás, muchas cosas habrán cambiado de ese Yucatán.

J. V.: El libro fue escrito hace más de un cuarto de siglo. En aquel momento era como una fotografía de un Yucatán contemporáneo, pero muchas cosas han cambiado, claro, lo que le da una perspectiva histórica que puede ser interesante. Por ejemplo, yo hablo del mundo de los mayas, de los indígenas, de cómo hay un gran orgullo del mundo maya en la medida en que éste pertenece al pasado. Hay una celebración de las pirámides, de los objetos en los museos… pero no se habla de los mayas en tiempo presente y me pregunto cuánto tiempo resistirá esta comunidad sin inconformarse.

Cinco años después de su publicación comenzó la rebelión zapatista; Chiapas es justamente la zona maya. En este sentido, este es un libro en el que se puede sentir que algo se está fraguando aunque no se sabe qué es. Al mismo tiempo, tenemos oportunidad de ver que es un país mucho más tranquilo que el que hoy tenemos, donde el narcotráfico no está presente en todos lados y en donde se puede transitar libremente. Es también otro tipo de viaje anterior a las redes sociales, Internet, y los teléfonos celulares, es una zona que todavía no ha sido invadida por el turismo en masa, la Riviera Maya no existe… Años después publiqué una novela que trata sobre este tema, Arrecife (Anagrama), que se centra en el turismo o post-turismo en la zona maya. Digo esto porque el libro ya cuenta con una cierta perspectiva histórica en el que puedes ver un Yucatán reciente pero también nostálgico en cierta forma.

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