Éric Vuillard © Melania Avanzato
Iki cize
waon kon
wana
hana la yelo
iyo tiye kiya
waon
Un guerrero
fui.
Ahora
todo acabó.
Tiempos difíciles
me esperan.
(Canción compuesta por Toro Sentado
tras las negociaciones sobre la partición de la reserva, 1889)
Toro Sentado fue consciente del cambio, de la transformación de una época, de un modo de vivir y de entender la vida. El Gran Padre Blanco alteró por completo el cosmos de los pueblos nativos de ese territorio que hoy en día conocemos como América, un territorio cuya historia es la historia de una pérdida. Los «indios», como Colón los denominó erróneamente, vieron cómo poco a poco perdieron su tierra, cómo les arrebataron su identidad hasta convertirse en un mero producto de merchandising.
La historia de los nativos americanos o de las primeras naciones es la historia de un abuso, de un expolio, de ríos de sangre, de tristeza. Imagino que esos «tiempos difíciles» a los que Toro Sentado hace referencia son los tiempos en los que sus parientes, su pueblo, se convirtieron en una mera caricatura al servicio del pavoroso espectáculo que creara un tal William Cody, más conocido como Buffalo Bill. Este personaje es el protagonista de uno de los libros que mayor impacto emocional me han procurado en mucho tiempo por varias razones. Tristeza de la tierra. La otra historia de Buffalo Bill (Errata Naturae) es una lectura fascinante por su historia, por su lenguaje, pero, sobre todo, por su significado. Éric Vuillard presenta al hombre que encarnó la esencia de Hollywood antes de Hollywood, ese comediante que alcanzaría la fama por recrear batallas como la acaecida el 25 de junio de 1876, esa contienda en la que las fuerzas aliadas de lacotas y cheyennes, superiores en número y guiadas por Caballo Loco, aniquilaron al Séptimo Regimiento de Caballería del teniente George Armstrong Custer. Me refiero, claro, a la batalla de Little Bighorn, episodio que se ha convertido en leyenda para vencedores y vencidos y que Buffalo Bill, ese star system de una sola estrella, maquilló hasta el punto de interpretar la derrota militar del popular Custer como una muerte heroica.
Sobrevivir o aniquilar. Esas parecían las únicas opciones para los nativos y para los colonos. Lo que para muchos indios fue testimonio de una resistencia victoriosa contra los americanos, Buffalo Bill supo cómo alterar el orden de los productos para hacer ver que la muerte de los primeros nativos era un signo de liberación de una amenaza constante. A través de su Wild West Show, el legendario cazador de bisontes reescribió la historia a su medida —el tratamiento de la masacre de Wounded Knee es un claro ejemplo de ello—. Como comprenderán, su magnetismo es tal que no resulta extraño el hecho de que Vuillard quisiera profundizar en la figura de este sujeto que encarnara la hipocresía de una nación cuyos ríos «fluyen con la sangre de mi gente», una nación donde «el viento sopla los ecos de las mentiras» y en la que «el hombre blanco ha robado la verdad», como escribiera Toro Sentado.
Con una traducción magnífica de Regina López Muñoz, quien también se ha prestado en traducir la presente entrevista, Errata Naturae nos brinda la posibilidad de explorar la historia de ese país en el que todo es posible, incluso confundir la realidad.
Pregunta: En Tristesse de la terre: Une histoire de Buffalo Bill Cody narras cómo se forja la leyenda de Buffalo Bill, cuya fama se asienta sobre la distorsión de lo real. Fue, en otras palabras, una pura invención. ¿Cómo de fina es la línea que separa entonces la realidad de la ficción? ¿Qué peligros conlleva esa deformación?
Éric Vuillard: El libro cuenta dos historias: la del fin de las guerras indias, con la masacre de Wounded Knee, y la del nacimiento del espectáculo de masas con el Wild West Show de Buffalo Bill. Ambas historias se cruzan, porque el Wild West Show no es sólo una suerte de circo: Bufalo Bill escenifica episodios auténticos de las guerras indias. Para su show contrata a antiguos rangers que participaron en las masacres y supervivientes indios que se convierten en figurantes de su propia tragedia. Participa en la creación del mito americano mezclando la realidad y la ficción.
Pero existen varias clases de ficción. La fábula que Buffalo Bill lleva a los escenarios es una ficción colectiva, ofrece una visión épica de los hechos. Determina los roles, los episodios, para siempre. Su propósito no es el de desengañarnos, como por ejemplo hacía Madame Bovary con los valores conyugales y burgueses; el Wild West Show, por el contrario, transfigura la masacre en lucha heroica. Por ello, no se trata tanto de una cuestión de grados como de naturaleza; no es sólo una ficción, sino más bien una forma de propaganda muy eficaz y rentable.
P: Dices que «la realidad es una cosa extravagante», que «se encuentra en todas partes y en ninguna». Por tanto, me pregunto si podemos llegar a reconocer aquello que tenemos ante nuestra mirada, si todo cuanto creemos es auténtico –si es que hay algo verdaderamente auténtico–.
É. V.: Esos giros, un tanto desenvueltos y poéticos, aspiran a transmitir cómo la realidad sólo puede captarse, pensarse, vivirse, a través de un conjunto de prácticas, de representaciones, de un halo de sensibilidades cuya configuración se encuentra en proceso de cambio en el momento del que hablo. Los americanos del este, a quienes se dirige el show, ya no viven en el campo sino en las ciudades; se nos asemejan, ya no siguen los ritmos de los habitantes de la frontera; están dejando atrás el pasado. También me burlo un poco de cierta lamentación muy frecuente hoy en día, la de «demasiado poca realidad», la de un empobrecimiento de la sensibilidad.
P: Buffalo Bill es un pobre farsante. Escribes: «Su propia vida escapa de su alcance.» Y llega a un punto en el que se parodia a sí mismo, donde todo lo exagera. De ahí que sintamos cierta compasión por él, al igual que sentimos cierta compasión por Don Quijote. En cierto sentido, Buffalo Bill es un pobre hombre que se cree sus propias mentiras, sus aventuras basadas en la exageración u ocultación del hecho histórico. ¿No es así?
É. V.: Buffalo Bill acaba por creerse sus propias fábulas, sí. El éxito ciega. Aquí se da un fenómeno del todo novedoso y al que es difícil poner nombre; la paleontología reconstruye la alimentación de un grupo humano, una parte de sus costumbres, a partir de un puñado de piezas dentales y restos de sus asentamientos. Sin embargo, el Wild West Show ha dejado tantas huellas que uno se encuentra ante una cantidad de testimonios inaudita, la mayor parte de los cuales, por lo demás, no son más que publicidad producida por el propio show. Ante una masa tan homogénea, monótono panegírico, se entiende mejor el vértigo que Buffalo Bill debió de experimentar.
Por tanto, yo no lo calificaría de «pobre hombre», aun cuando no es más que un eslabón de la gran fábula que se está gestando; pero él la acompaña, la pone en escena. En cualquier caso, no se puede escribir si no hay cierta empatía. La literatura exige un juego de distancia y proximidad que acaso permita obtener un retrato vivo, caricaturesco, sí, pero moderado.
P: ¿Podríamos considerar a William Cody el padre del show business?
É. V.: Los inicios carecen de estado civil. No obstante, Cody me pareció el ejemplo más flagrante. En él se conjugan cierta dosis de sátira burlesca con los hechos más brutales. Puro maná para escribir.
P: Algo que queda reflejado perfectamente en su novela es, precisamente, que la sociedad norteamericana es una sociedad que se alimenta de los mitos, pero unos mitos maquillados hasta límites insospechados. El entertainment parece que mueve el mundo, que la única razón de ser es la diversión pueril, la evasión. Y el caso estadounidense no es el único, aunque sí, quizá, el más exagerado. ¿Sentimos predilección por lo vulgar? ¿No hay posibilidad de escape en este sentido?
É. V.: Si en Estados Unidos sienten predilección por los mitos es porque se trata de una nación reciente con una historia violenta. Había que contar esa historia y formular una versión soportable de su pasado. Si tan fuerte es la fabulación, es porque las víctimas de la historia son demasiado débiles para reaccionar; se vieron diezmadas, marginadas.
Estados Unidos ejerce, además, una hegemonía a nivel mundial. Tanto, que su propia invención se ha difundido por todo el planeta. Esto crea una ilusión. Puede parecer que el cine americano, incluso la lengua inglesa, gozan de privilegios particulares, eficacia, concisión, qué sé yo. Ese poder de persuasión no es más que una consecuencia de su dominio.
Pero el espectáculo de masas no sólo es alienante y mortífero, un medio de evasión pueril; conlleva también un elemento emancipador, una cultura popular. Cuando narro la puesta en escena de la muerte de Toro Sentado por parte de Buffalo Bill, lo hago como si asistiéramos al espectáculo, para transmitir su fuerza emotiva, su poder de convicción. Cuando el público pide un bis y los actores interpretan de nuevo la muerte del gran jefe indio, con la segunda muerte los espectadores experimentan la misma emoción que con la primera. Todos hemos vivido esa experiencia de la repetición, que vale lo mismo para el fragmento de una cantata de Bach que para una canción de música ligera.
P: A través de la historia de Buffalo Bill y el Wild West Show critica también la hipocresía de una nación que es dueña del mundo, una nación de «pueblos perseguidos, gentes desterradas o excluidas», de «largas filas de muertos». ¿Por qué tanta violencia?
É. V.: No existe colonización pacífica.
P: Toda civilización se cimenta sobre una tragedia. A lo largo de la historia, y por desgracia, las masacres y expolios son una constante. Los nativos norteamericanos no escaparon de tan cruel destino, siendo presas de la humillación, perdiendo su identidad. El pasaje sobre la niña de Wounded Knee, Zintkala Nuni, es desolador. ¿El ser humano tiene un límite para el horror?
É. V.: Espero que sí. Aunque, por otro lado, no sé si debemos hablar de tragedia. El nacimiento de una nación es un acontecimiento nada frecuente, y Estados Unidos es un caso aparte. La brutalidad que preside su fundación tiene su origen en una relación de fuerzas. No se puede poblar pacíficamente un territorio que ya está habitado. El nacimiento de Estados Unidos es resultado de un asombroso flujo de población que tenía a su disposición una tecnología superior.
P: ¿Cree que todos nos ocultamos tras una máscara? Si es así, ¿por qué?
É. V.: Un cuento de André de Richaud, La nuit aveuglante [«La noche cegadora»], cuenta la historia de un hombre que durante la fiesta de San Juan se pone una máscara del Diablo para asustar a su familia y luego no consigue quitársela.
No sé si llevamos máscaras. Pero lo que a veces llamamos «la máscara», el disfraz social, el atuendo, la actitud, me parece uno de los testimonios más fieles de lo que somos. En cierto sentido, debemos fiarnos de las apariencias.

P: Centrándonos en el proceso de escritura, ¿cuál fue su método de investigación para desarrollar la trama? ¿Por qué escribir sobre Buffalo Bill, Toro Sentado, el Wild West Show, la masacre de Wounded Knee…? ¿Qué simbolizan para usted todos estos personajes y pasajes de la historia americana?
É. V.: Por lo general, escribo de un tirón. Tiene que venir todo junto. Seguramente se debe a una cuestión de ritmo y consistencia. Pero algunas veces la narración se perfila más despacio, por composición.
En lo que a su lado sensible respecta, el libro pudo surgir de una famosa fotografía de Zintkala Nuni. Lo más perturbador de dicha imagen es que va vestida de india, de india de circo; pero ella, que fue raptada y comprada por los blancos, se muestra muy erguida, insolente, con los brazos en jarra. No es la postura de una india de verdad, sino la de una mujer estadounidense cualquiera. Eso es lo peor: tiene que disfrazarse de piel roja para ganarse la vida, cuando ya ha dejado de ser india.
P: Al final, todos morimos. Eso es inevitable. En el caso de William Cody vemos cómo poco a poco se convierte en una mera sombra de lo que fue. A pesar de sus logros como maestro de ceremonias para entretener a las masas, ¿podríamos definirle como un fracaso?
É. V.: En la cultura clásica, la muerte era un momento de confrontación. Había que saldar cuentas antes de marcharse, y marcharse dignamente. Las Oraciones fúnebres de Bossuet encarnan el testimonio más deslumbrante. Pero la muerte es también lo que nos espera a todos, igualdad irrefutable. Ya lo intuyó François Villon, que en sus poemas suele llevarnos al umbral de la muerte, cuando recordaba a los señores de su época que ellos también morirían. La muerte de Cody es de la misma calaña. Por un lado, remedo un estilo elevado y muestro a un Cody lamentable, teatral hasta el final, no una vida fracasada, sino tal vez fallida. Por otra parte, utilizo la igualdad: Cody se parece a nosotros al enfrentarse a la muerte, me identifico con él. Tengo que atribuirle algo de mi angustia hacia la muerte si quiero ser justo con él, y si quiero que el lector sienta algo.
P: Explotación, ocultación, dinero, codicia, beneficios, exterminio… El pasado está teñido de sangre, al igual que el presente. Siento ser tan pesimista pero lo mismo sucederá en el futuro. De ahí que le pregunte si vale la pena sobrevivir, seguir luchando por una sociedad que permanece ciega y sorda ante la mayor parte de las injusticias del mundo.
É. V.: Nuestras sociedades han cambiado mucho desde William Cody. A mí no me gustaría volver al Hell’s Kitchen de primeros del siglo xx. Sí, la explotación continúa y en el mundo existen unas desigualdades terribles. Pero nos queda la esperanza, la acción y la cólera.
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Ahora, turno para los francófonos
Question: Dans Tristesse de la terre: Une histoire de Buffalo Bill Cody vous racontez la naissance de la légende de Buffalo Bill, dont la renommée se fonde sur la distorsion de la réalité. Il était, en d’autres termes, une pure invention. Est-elle si mince que ça, la ligne qui sépare réalité et fiction? Quels sont les dangers de cette distorsion?
Éric Vuillard: Le livre raconte deux histoires : l’achèvement des guerres indiennes, avec le massacre de Wounded Knee, et la naissance du spectacle de masse, avec le Wild West Show de Buffalo Bill. Ces deux histoires se croisent ; car le Wild West Show n’est pas seulement une sorte de cirque, Buffalo Bill y met en scène de véritables épisodes des guerres indiennes. Il emploie dans son show d’anciens rangers, qui ont participé aux massacres, et des rescapés indiens, qui deviennent les figurants de leurs propres malheurs. Mêlant la réalité à la fiction, il participe à la naissance du Mythe américain.
Mais il existe plusieurs genres de fiction. La fable que met en scène Buffalo Bill est une fiction collective ; elle propose une vision épique des faits. Elle fixe à tout jamais les rôles, les épisodes. Elle n’a pas pour but de nous faire déchanter, comme Madame Bovary, par exemple, des valeurs matrimoniales et bourgeoises ; au contraire, le Wild West Show transfigure le massacre en une lutte héroïque. C’est donc moins une question de degré que de nature, ce n’est pas seulement une fiction, plutôt une forme très efficace et rentable de propagande.
Q: Vous dites que «c’est une chose extravagante, la réalité» qu’elle «est partout et nulle part». Par conséquent, je me demande si nous pouvons arriver à reconnaître ce que nous avons sous les yeux, si tout ce que l’on croit est vrai, s’il y a quelque chose de vraiment authentique.
E. V.: Ces tournures, un peu désinvoltes et poétiques, visent à faire sentir combien la réalité ne peut être perçue, pensée, vécue, qu’à travers tout un ensemble de pratiques, de représentations, un halo de sensibilités ; et au moment dont je parle, leur configuration est en train de changer. Les Américains de l’Est, auxquels, le show est destiné, ne sont plus des fermiers mais des citadins, ils nous ressemblent, ils ne vivent plus aux mêmes rythmes que les habitants de la frontière ; ils sortent du passé. Et puis, je me moque un peu d’une déploration assez fréquente aujourd’hui du « trop peu de réalité », d’un appauvrissement du sensible.
Q: Buffalo Bill est un pauvre charlatan. Vous écrivez: «Sa vie lui échappe.» Il arrive à un point où il se parodie lui-même, où il exagère tout. Donc nous éprouvons une certaine pitié envers lui, comme nous éprouvons une certaine pitié envers les Don Quichotte. Dans un sens, Buffalo Bill est un pauvre homme qui croit ses propres mensonges, ses aventures fondées sur l’exagération ou la dissimulation des faits historiques. Vous êtes d’accord?
É. V.: En effet, Buffalo Bill finit par croire à ses propres fables. Le succès grise. Il y a même là un phénomène tout à fait nouveau, difficile à nommer : la paléontologie parvient à reconstituer l’alimentation d’un groupe humain, une partie de ses habitudes de vie, à partir de quelques molaires, des résidus de ses campements ; mais le Wild West Show a laissé tant de traces, que l’on se trouve devant une quantité inouïe de témoignages. La plupart d’entre eux ne sont d’ailleurs que des publicités produites par le show lui-même. Devant cette masse homogène, panégyrique monotone, on saisit mieux le vertige que Buffalo Bill dut éprouver.
Je ne dirais donc pas que c’est « un pauvre homme », même s’il n’est qu’un maillon de cette grande fable qui est en train de naître ; il l’accompagne tout de même, il la met en scène. Mais on ne peut écrire sans une certaine empathie. La littérature exige tout un jeu d’éloignement et de proximité qui permet peut-être d’obtenir un portrait vivant, à charge certes, mais tempéré.
Q: Pourrions-nous considérer William Cody comme le père du show-business?
É. V.: Les commencements sont sans état-civil. Cependant, il m’a semblé l’exemple le plus criant. En lui, une certaine dose de burlesque épouse les faits les plus brutaux. C’est une manne pour écrire.
Q: Vous reflétez parfaitement dans votre roman que la société américaine est une société nourrie de mythes, mais des mythes extrêmement maquillés. On dirait que le monde de l’entertainment fait tourner le monde, que la seule raison d’être est le plaisir enfantin, l’évasion. Le cas américain n’est pas le seul, mais peut-être le plus exagéré. Avons-nous un penchant pour la vulgarité? N’y a-t-il aucune possibilité d’évasion à cet égard?
É. V.: Si les Etats-Unis ont une prédilection pour les mythes, c’est que leur nation est récente et leur histoire violente. Il fallait bien raconter cette histoire et formuler une version supportable de leur passé. Si l’affabulation y est si forte, c’est que les victimes de cette histoire sont trop faibles pour réagir, décimées, marginalisées.
L’Amérique est par ailleurs hégémonique, mondialement. Si bien que sa propre fable est diffusée à l’échelle de la planète entière. Cela fait illusion. On dirait que le cinéma américain, que la langue anglaise même, jouissent de privilèges particuliers, d’efficacité, de concision, que sais-je ! Cette puissance de persuasion n’est qu’un simple effet de leur domination.
Mais le spectacle de masse n’est pas seulement une chose aliénante, mortifère, un moyen d’évasion puérile ; il porte également en lui un élément émancipateur, une culture populaire. Lorsque je raconte la mise en scène par Buffalo Bill de la mort de Sitting Bull, je le fais comme si nous assistions au spectacle, afin que l’on sente sa puissance émotive, sa force de conviction. Lorsque le public bisse le numéro, et que les acteurs rejouent la mort du grand chef indien, les spectateurs éprouvent à cette seconde mort autant d’émotion qu’à la première. Nous avons tous fait cette expérience de la répétition. Elle vaut aussi bien pour un extrait d’une cantate de Bach que pour une chanson de variété.
Q: A travers l’histoire de Buffalo Bill et du Wild West Show vous critiquez aussi l’hypocrisie d’une nation qui possède le monde, une nation de «peuples chassés, gens que l’on déporte ou que l’on repousse», de «longues files de morts». Pourquoi une telle violence?
É. V.: Il n’existe pas de colonisation paisible.

Q: Toute civilisation se fonde sur une tragédie. Malheureusement, tout au long de l’histoire les massacres et les pillages se sont succédés. Le peuple indien n’a pas été épargné de cette destinée cruel, proie aux humiliations, perdant son identité. L’extrait sur la petite fille de Wounded Knee, Zintkala Nuni, est dévastateur. Est-ce que l’homme a une limite pour l’horreur?
É. V.: Je l’espère. Mais je ne sais pas s’il faut en revanche parler de tragédie. La naissance d’une nation n’est pas un événement si fréquent et les Etats-Unis sont un cas à part. La brutalité qui préside à leur fondation procède d’un rapport de forces. On ne peut pas peupler pacifiquement un territoire déjà habité. La naissance des Etats-Unis est le résultat d’un afflux formidable de population disposant d’une technologie supérieure.
Q: Pensez-vous que tout le monde se cache derrière un masque? Si oui, pourquoi?
É. V.: Il existe un petit récit d’André de Richaud, La nuit aveuglante, racontant l’histoire d’un homme qui, pendant la fête de la Saint-Jean et afin d’effrayer sa famille, enfile un masque du Diable. Par la suite, il ne parvient plus à l’enlever.
Je ne sais pas si nous portons des masques. Mais ce que nous appelons parfois «le masque», le déguisement social, la dégaine, la tournure, me paraît l’un des plus fidèles témoignages de ce que l’on est. En un certain sens, il faut se fier aux apparences.
Q: Quant au processus d’écriture, quelle a été votre méthode de recherche pour développer l’intrigue? Pourquoi écrire sur Buffalo Bill, Sitting Bull, le Wild West Show, le massacre de Wounded Knee …? Que symbolisent pour vous tous ces personnages et passages de l’histoire américaine?
É. V.: Le plus souvent, j’écris dans un élan. Il faut que tout vienne ensemble. C’est sans doute une affaire de rythme, de consistance. Mais, quelquefois, la narration se dessine plus lentement, par composition.
Pour sa part sensible, le livre est peut-être venu d’une photographie célèbre de Zintkala Nuni. Ce qui est bouleversant dans cette photographie, c’est qu’elle est habillée en indienne, en indienne de cirque ; mais, elle qui a été enlevée à sa tribu et achetée par des Blancs, elle se tient toute droite et effrontée, main sur la hanche, non pas dans la posture d’une véritable indienne, mais comme n’importe quelle autre jeune femme américaine. Et c’est cela le pire, il lui faut se déguiser en squaw pour gagner sa vie, alors qu’elle n’est même plus indienne.
Q: À la fin, on finira tous par mourir. C’est sans appel. Dans le cas de William Cody on voit comment il devient peu à peu une ombre de lui-même. Malgré ses réussites en tant que maître de cérémonie pour amuser les masses, pourrait-on le définir comme un échec?
É. V.: Dans la culture classique, la mort était le moment d’une confrontation. Il fallait épurer ses comptes avant de partir, et partir dignement. Les Oraisons de Bossuet en sont le plus éclatant témoignage. Mais la mort est aussi ce qui nous attend tous, irrécusable égalité. Villon l’avait bien senti qui, dans ses poèmes, nous tient souvent au seuil de la mort, rappelant aux seigneurs de son temps, qu’eux aussi mourront. La mort de Cody est de ce tonneau-là. D’un côté je singe la grande prose et je montre un Cody bien piteux, cabotin jusqu’au bout, non pas vie ratée, mais manquée peut-être. De l’autre je me sers de l’égalité : Cody face à la mort nous ressemble, je m’identifie à lui. Il faut bien lui confier un peu de mon angoisse de mort, si je veux être juste avec lui, et si je veux que le lecteur sente quelque chose.
Q: Exploitation, dissimulation, argent, avidité, profit, extermination… Le passé est taché de sang, ainsi que le présent. Désolé d’être aussi pessimiste, mais la même chose se produira dans l’avenir. Donc je vous demande s’il vaut la peine de survivre, de continuer à se battre pour une société qui reste sourde et aveugle face à la plupart des injustices du monde.
É. V.: Depuis William Cody, nos sociétés ont bien changé. Je ne vendrais pas ma place pour me retrouver dans Hell’s Kitchen à Manhattan, au début du XXème siècle. Certes, l’exploitation continue et le monde est d’une inégalité terrible. Mais il nous reste tout de même l’espoir, l’action et la colère.