Trompicones y oscuras golondrinas. Charlando con Cristina Fallarás

No creo que necesite grandes presentaciones. No porque no merezca tal consideración, sino más bien porque al leerla y escucharla, uno tiene la sensación de que no es amante de la magnificencia y pomposidad. Cristina Fallarás es una luchadora nata, una persona directa, de fuertes convicciones que defiende a ultranza, sincera consigo misma y con el mundo que le rodea –un mundo que se torna casi irreconocible–. También es una escritora concienciada y concienzuda, que ha logrado superar las barreras que se han interpuesto –día sí, día también– en su particular periplo por este circo que nos circunda.

Emprendedora, honesta y, sobre todo, valiente, le debemos mucho aunque no seamos conscientes de ello. ¿Por qué? Por el hecho de atreverse a dudar, juzgar y criticar el orden establecido, por erigirse en portavoz de aquellos que dijeron basta, que vociferaron a los cuatro vientos que estaban hartos de deambular de acá para allá sin rumbo fijo, perdidos, engañados y ninguneados. No existen muchas personas verdaderamente preocupadas por el cariz virulento de una sociedad, la española, que poco a poco se desvanece hasta perder su identidad –si es que algún día tuvo una–. Fallarás, y perdonen la expresión, «los tiene bien puestos».

De ilusión también se vive. Esta es, quizá, una de las frases proverbiales más conocidas y utilizadas de nuestro lenguaje. Más en los tiempos que corren, donde todos y cada uno de nosotros vivimos un desengaño tras otro, donde la palabra corrupción ha perdido su significado original y los cobardes hablan a través de pantallas de plasma. Estamos inmersos en un círculo vicioso, en una serie de disparates constantes que no parecen terminar nunca. Son situaciones repletas de osadía, bravuconería y estulticia de primer orden. Son momentos donde la rabia y el enfado, mezclados con la impotencia, protagonizan nuestro día a día. Y no parece que el panorama sea muy halagüeño a la vista de los acontecimientos que vemos, escuchamos y leemos en televisión, radio y a través de los periódicos. Aún con todo, rendirse, arrastrarse por la dejadez o abandonar la idea de que todo puede y debe mejorar, no es una opción. Si cayéramos en ese maldito juego, perderíamos. Sí o sí. Por eso mismo, leer a Cristina Fallarás es un antídoto perfecto, porque ya está bien de tanta tontería.

Pregunta: «Recuerde el alma dormida, / avive el seso y despierte contemplando / cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando, / cuán presto se va el placer, / cómo, después de acordado, /da dolor; / cómo, a nuestro parecer, /cualquier tiempo pasado / fue mejor«. Me vienen a la mente estos primeros versos de Copla por la muerte de su padre, de Jorge Manrique, y me pregunto si, como Ernesto Sábato, «la frase ‘todo tiempo pasado fue mejor’ no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que –felizmente— la gente las echa en el olvido». ¿Se puede olvidar todas las incongruencias e injusticias que estamos viviendo hoy día?

Cristina Fallarás: A mí me vienen mejor esta de Gil de Biedma: Que la vida iba en serio/uno lo empieza a comprender más tarde… Tengo la sensación a veces de que nos han sacado de la inocencia a patadas. Y era una inocencia de imperdonable irresponsabilidad. Lo que no deberíamos olvidar es que dejamos el devenir de nuestra recién creada democracia en manos de otros y que nos dimos a la buena vida sin preguntar de dónde venía el parné, ni en qué cuneta estaban enterrados los que perdieron –siempre se debe saber dónde descansan los perdedores–, ni sobre qué poltrona reposaba el culo de los que ganaron y colaboraron con el dictador y seguían sobre nosotros. Y no, efectivamente tampoco olvidaremos quiénes son los que han destruido nuestro hogar y han roto nuestras familias.

P: El mundo no está bien y, por ende, la sociedad. Partiendo de la inmensa cantidad de corruptelas que tenemos que aguantar –y de las que nadie parece enterarse–, la cúpula política dice y desdice a su antojo. Un error, a mi entender. Y es que si estos altos cargos se llegan a creer, como se creen, que son impunes ante la ley y la población, estamos perdidos. El poder corrompe, o eso nos dijeron. Así pues, ¿cuál es el poder de la opinión pública? Si es que existe esa opinión pública.

C. F.: No tengo muy claro qué es la «opinión pública». Sí creo que es imprescindible la labor de vigilancia de un grupo humano adulto y responsable sobre aquellos en quienes ha delegado el funcionamiento de su mundo y las leyes. El mundo no está ni bien ni mal. Compáralo con otros momentos históricos, desde luego alguien te podría decir que las mujeres nunca hemos estado mejor, ni probablemente los niños… la cuestión está en dónde colocas el mínimo de exigencia. Cuando has comido fruta fresca, pescado y carnes, verduras y dulces a diario, es muy difícil volver a la salazón, a eso me refiero. Bien, nuestro problema ahora es que creímos que teníamos un mundo pongamos que de nivel 8 sobre 10 (porque nosotros aspiramos a un mundo 10 sobre 10). Pero ahora nos damos cuenta, de repente, de que no, de que tenemos un mundo 5 sobre 10, si llega, y que algunos se quedan en el 2. Y además nos damos cuenta de que en parte es porque hay unos listos que nos han quitado las bases para vivir, ellos sí, 10 sobre 10. No sé si son impunes, pero lo cierto es que en ese grupo que podríamos llamar 10/10 están los que gobiernan –o sea corrompibles—, los que crean las leyes y los que las aplican. Así que más nos vale dotarnos de herramientas fuertes y efectivas para controlarlos, porque si no, ¿por qué deberían bajar de su 10/10 para que nosotros subamos siquiera a un 6/10?

P: «El temperamento es el requisito fundamental del crítico: un temperamento exquisitamente sensible a la belleza y a las diversas impresiones que ésta nos causa» le decía Gilberto a Ernesto, protagonistas de uno de los diálogos más apasionantes escritos por Oscar Wilde, El crítico como artista. En esta obra podemos descubrir algunos de los aspectos que han conformado a esas figuras –los críticos– que dedican su esfuerzo al análisis sistemático y crítico de la producción artística de un determinado periodo. Trasladando ese análisis sistemático y crítico a todo lo que concierne al ámbito socio-político, económico y cultural. ¿Qué papel juega o debería jugar en la sociedad la figura del periodista, escritor, pensador o filósofo?

C. F.: El periodista ya ninguna. Siento ser tajante, es completamente reemplazable y su desaparición no dolerá más que a los propios periodistas. El escritor jugará el papel que le dé la gana, y en este sentido tiene muchísima más influencia un futbolista, la Belén Esteban de turno o un actor macizo. Filósofos creo que hace tiempo que no existen. Espero que vuelvan las oscuras golondrinas, pero mi esperanza es delgadísima.

P: ¿Informar objetivamente, manteniendo los principios, buscando siempre la verdad –aunque, qué es verdad y qué no–, es posible?

C. F.: No, por supuesto que no. Es posible y sería muy deseable informar ofreciendo una descripción de los hechos que responda estrictamente a la realidad que ves. Sin embargo, en tanto en cuanto debes colocar esa realidad en su contexto, en tiempo, espacio, etc. Pues eso, que no. Tampoco me parece demasiado relevante en un momento en el que ningún medio de comunicación está preocupado por retratar la realidad, los hechos, y todos se limitan a trasladar al lector informes, documentos, declaraciones o análisis que les vienen dados.

P: ¿Existe, como incide Félix de Azúa, un ancestral desprecio de la inteligencia en este país? ¿Vivimos en una «sociedad enferma», tal y como apuntaba José Antonio Marina? Al parecer, la «fuga de cerebros» es cada vez mayor, fruto de la desconfianza, el desencanto y la utopía de encontrar una tierra prometida que nos conceda el beneplácito de la duda, que premie el esfuerzo colectivo, que no mienta.

C. F.: Es una cuestión de educación. El elogio de la ignorancia, el exceso, el consumo y la taberna, la charanga y la picaresca están cosidos a nuestra historia, como el mínimo esfuerzo, la trampa y el soborno, el desprecio por la ciencia, la cultura, la investigación y el trabajo minucioso. No creo que vivamos en una «sociedad enferma» creo que somos una sociedad mal parida y peor educada. En la base de tu construcción, de la mía y la de todos, están el cura católico y el borracho de fiesta, muy por encima del artesano o investigador minucioso y del lector austero. Es así. Pero la solución no la veremos ni tú ni yo, aunque quizás pueda ponerse en marcha, la solución pasa por lo educativo, y a darle tiempo…

P: De los escritores siempre me ha interesado una cosa: su metodología. Me pregunto muchas veces cómo dejan volar su imaginación, cómo empiezan a teclear, cómo surgen los personajes y la trama… Creo que me interesa tanto por el mero hecho de ser la parte privada, aquello que no ve el lector, ese esfuerzo del autor por crear algo nuevo. Imaginarme a un narrador devanándose los sesos a altas horas de la madrugada, o a media tarde, lo mismo da, porque no consigue darle forma a sus ideas, ver su cara de satisfacción una vez lo ha logrado, o el placer de haber terminado la obra, es algo que me seduce muchísimo. ¿Cómo escribe Cristina Fallarás?

C. F.: Yo escribo con libretas y boli, en los trenes, las cafeterías, los bancos de la playa… Escribo las novelas a mano, en lugares donde no pueda encontrarme nadie y no tenga conexión a internet. Por eso voy cargada siempre de cuadernos. En cada uno escribo un libro distinto que avanzan a trompicones, porque hace ya tiempo que vivo a trompicones. Una vez entro en la historia y tengo tiempo (cosa que no es común), me impongo un horario, que generalmente empieza muy temprano, sobre las 6 de la mañana, y se interrumpe varias veces por los críos. Y abandono completa o casi completamente el consumo de alcohol, incluso una simple caña, y cualquier otra droga. Entonces, cada día salgo con mi libreta, a pie, y mientras camino voy pensando. Luego me siento a escribir donde me coge el tiempo de hacerlo y, tres o cuatro horas después vuelvo a casa, donde me siento en el ordenador a transcribir lo escrito, y corregirlo sobre la marcha.

Cristina Fallarás. Fotografía de Óscar García

P: Quizá me equivoque –algo que suele ser normal–, pero parece que la literatura anglosajona está impregnada de escritores que cuentan sus vivencias de forma abierta y que crean en torno a su figura un halo de misterio y, por qué no decirlo, elitismo. Ser escritor en Estados Unidos o Inglaterra está muy bien visto pese a esa aura de privacidad que ostentan. En España, sin embargo, creo que no se ha logrado ese «status» –que por otra parte no digo que sea necesario, aunque algún reconocimiento singular no vendría mal–. Dicho de otro modo, parece que se les resta importancia, que sus opiniones no dejan de ser mera palabrería que se pierde en el viento. ¿Es así?

C. F.: Aquí se desprecia la cultura y todo lo relacionado con la creación. En cierta medida cunde la idea de que se trata de personas perezosas, que prefieren «jugar» a sus cositas que ponerse a trabajar. Eso sucede en todos los ámbitos creativos. En cuanto a los escritores, lo que pasa es que hemos acabado siendo muchísimos. Si te fijas bien, en las ciudades medianas y pequeñas, y no te digo ya en los pueblos, sí hay tres o cuatro escritores que son los del lugar, y merecen respeto y normalmente tienen su tribuna pública en algún periódico local, e incluso gestionan festivales o premios. Pero en Madrid o Barcelona da risa, porque esa élite de la que hablas y que en los países anglosajones dices que es respetada por la población, aquí también existe, lo que pasa que solo es conocida y respetada por sí misma. Pequeños grupos de escritores/editores que se gustan y se hablan y se encuentran. Y tan contentos.

P: Si menciono a Willy Uribe tú me dirías…

C. F.: Uno de los mejores narradores de mi generación. Me interesa todo lo que hace. Luego, un día me llamó por teléfono, estaba bastante alterado y empezaba a hacer mucho frío, porque arrancaba diciembre. Me dijo: «Roja –así me llama–, te quería hacer una propuesta… Es que me voy a poner en huelga de hambre, ya habrás visto lo de los indultos, y no quiero hacerlo en Bilbao, así que he pensado que igual puedo hacerlo allí, en Sigueleyendo, en Barcelona con vosotros…». Yo no sabía nada de los desahucios, pero le dije que por supuesto. Acabó en casa, celebramos allí el fin de año pasado, él en huelga de hambre y nosotros con buey a la plancha. Ahora abandono esa casa, todo se ha roto mucho, el desahucio ha llegado a término y Willy se ha instalado en una habitación cerca de un parque barcelonés. Las cosas son raras y violentas, ahora.

P: Sarcasmo e ironía, prosa mordaz. Elementos necesarios para seguir «incomodando» a ese orden establecido que sigue obcecado en su enriquecimiento personal. No quisiera resultar demasiado pesimista pero… ¿Hay esperanza? ¿Confías en que existan personas comprometidas, inquietas, en las futuras generaciones? Digo esto porque la apatía resulta cada vez más visible, ¿no?

C. F.: No, la verdad es que no tengo mucha esperanza en nada. No sé dónde están esos millones, MILLONES, de jóvenes que suponen el 60 por ciento de todos los jóvenes de este país y que no tienen trabajo ni lo tendrán. No sé por qué no salen a la calle cada día, por qué no queman este sistema que les ha robado el futuro. No sé dónde se meten las mujeres que ya no serán madres, las parejas que no formarán familias, los estudiantes que han perdido sus derechos gratuitos, dónde están los ciudadanos, los MILLONES de ciudadanos que en este país ya no tienen futuro ni presente. Yo no los veo por ningún sitio.

P: Carme Riera decía que «lo que nos niega la vida, nos lo regalan los libros». ¿La literatura seguirá ayudándonos a despejar esas incógnitas sobre el comportamiento humano, tan paradójico? ¿Los libros, sean del género que sean, continuarán siendo salvaguardas del saber, o continuaremos siendo mendigos y orgullosos?

C. F.: Da igual lo que seamos nosotros si los libros siguen ahí. Un libro te enseña que tu dolor no es el primero ni tu pasión la más bestia ni tu odio el peor ni tu deseo el más salvaje. Te enseña que siempre, veas lo que veas, sientas lo que sientas, alguien lo ha sentido antes que tú. Aprender eso, saber eso, es lo que enseña a vivir.

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