¿La primera gran novela norteamericana del siglo XXI?

Ansiedad: Estado de agitación, inquietud o zozobra del ánimo. Las ocasiones en la que padezco esta clase de agitación mental suelen ser numerosas, más cuando se trata de la aparición de una «nueva obra maestra» de la literatura. No sé muy bien cómo, mi cuerpo parece ser absorbido por una especie de espíritu diabólico que únicamente desea aventurarse en ese mar de letras, puntos y comas. La culpa de todo ese ajetreo previo la tienen, normalmente, esos departamentos tan manipuladores  de márketing que proclaman a los cuatro vientos «que estamos ante un libro único». Con esa premisa, resulta lógico que uno esté esperando «como agua de mayo» ese dichoso objeto. Una vez en su poder, pueden suceder dos cosas: que todas esas expectativas creadas sean ciertas, o no. En este sentido, me gustaría hablar de Libertad (Salamandra), de Jonathan Franzen.

La campaña pro-Franzen que a finales del 2010 y a lo largo de todo este año 2011 se ha llevado a cabo por el planeta Tierra ha sido extraordinaria, tanto que, a mi modesto parecer, ha perjudicado a la propia novela en cuestión. Aparecer en la portada de la revista Times, ser objeto de infinito artículos y reportajes que clamaban al cielo «¡oh, esta es la gran novela norteamericana del siglo XXI y Franzen el autor definitivo!», creo que ha restado importancia al contenido mismo de la obra. Tantos piropos confunden, puesto que no sabemos si todo es una pura invención, calculada al milímetro eso sí, para vender más y más libros. Con esto, no digo que después de leer Libertad –cosa que hice con gran placer– me sienta decepcionado, ni mucho menos. No obstante, creí que iba a ser objeto de alguna especie de experiencia mística. Ante tanta algarabía publicitaria, normal que pensara tal cosa. Por tanto, no me atrevería a decir que esta es la «primera gran novela norteamericana del siglo XXI».  Además, ¿qué narices es eso de la «gran novela norteamericana»? Ese tipo de apelativos o etiquetas que se inventan los publicistas y medios de comunicación no hacen ningún bien. Digamos que, únicamente, sirven para encasillar, cosa que dudo mucho agrade a los autores. Asi pues, ¿por qué tanta perorata? Soy de la opinión de que cada uno se atreva a leer, sea lo que sea. Con el tiempo, ya irá depurando sus gustos y se enamorará de la escritura de tal o cual novelista. ¿No creen?

Volviendo a Libertad, decir que los Berglund permanecerán en mi mente durante mucho tiempo. A través de esta familia de clase media-alta norteamericana y sus amistades he sido capaz de otear ciertos aspectos de la psique norteamericana, aquellas pequeñas cosas que les hacen tan “suyos”. Coincido con lo dicho por tantos expertos y críticos literarios en decir que el retrato que Franzen realiza de la sociedad en la que vive –o imagina, porque los escritores realmente viven en su particular escenario mental– es excelente. Estamos, por decirlo de un modo más intelectual, ante una obra satírica y mordaz, capaz de hacer “saltar chispas”. Suponemos que es lógico pensar en la sagacidad del propio Franzen al escribir y criticar –sobre todo, criticar– ciertos comportamientos y modos de pensar de la élite política y económica de los Estados Unidos. Y es que a nadie le gusta ver sus defectos, y menos verlos reflejados de forma tan excepcional como lo hace el autor de Libertad. Aún con todo, en ciertas ocasiones, creo que se pierden cosas por el camino, o yo me pierdo por ese camino cuando Franzen describe con minuciosidad los problemas de repoblación de una especie de ave, por citar un ejemplo. En este sentido, la magia desaparece, aunque solo por momentos.

Los Berglund, protagonistas de esta historia perfectamente hilvanada y que recorre hasta tres décadas, se mueven como dicen muchos “entre el desencanto y la utopía”. Según avanza la lectura de Libertad somos partícipes de esos pequeños desencuentros que provocan la ruptura casi total de la familia. A través de esos desencuentros, Franzen logra hacer una radiografía de ese “estado del bienestar” del que ya no nos creemos nada –tan paradójico y demente, en ocasiones, que provoca risa e infinitas lágrimas–. En el libro somos conscientes del enfrentamiento entre ese sentimiento liberal con el modo de pensar conservador. Los protagonistas realizan infinitas cuestiones, plantean retos y son duros con las decisiones que toman o que hubieran deseado tomar. Asimismo, llevan a cabo una desestructuración a modo de proceso alienante para ser conscientes del momento en el que viven y qué buscan conseguir. Como seres humanos, son extraordinariamente diversas estas y otras cuestiones, de modo que Franzen necesita de unos personajes fuertes para plasmar en ellos tales preocupaciones. De este modo, nace la figura de una madre empeñada en alcanzar la felicidad a través de la perfección, un padre indolente que encuentra en la conservación de un pájaro amenazado por la acción del ser humano su motor vital, o un hijo independiente y tozudo, o una hija a la que nadie le profesa los piropos que merece. También aparece Richard Katz –uno de mis personajes favoritos de la novela–, un músico rockero que busca en el caos su particular modo de entender la vida pero fiel a sus principios y débil en cuanto a sentimientos se refiere. Estos son los seres con los que Jonathan Franzen trata de hacer entender al lector los últimos años de un país que ha visto mermado su poder político.

La literatura de Franzen es rica, no puedo negarlo. Ese retrato incisivo permite creer que la novela tiene gran poder dentro del imaginario colectivo de una nación, además de darle un toque de atención y hacer ver que se deben recuperar de las angustias vividas. Al menos, así ha sido en Estados Unidos. Aquí en España, como hacía mención al principio, se ha vendido la novela de forma extraordinaria y suponemos que muchos han sido y serán los lectores que hayan dejado a un lado ese sentimiento de inferioridad que desde hace ya largo tiempo los norteamericanos habían procurado mantener con respecto a Europa y el resto del mundo. Los Estados Unidos, como cualquier otro país de la actualidad, atraviesa momentos difíciles. Franzen se dio cuenta de ello y no dudó en reflejarlo en esta novela que ha generado unas expectativas a la altura de cualquier aventura de Harry Potter. A pesar de no ser un amante de la fama, no creo que sea necesario decir que Franzen se ha convertido en un icono literario. Esperemos que esto no le afecte demasiado y siga siendo fiel a su particular forma de ver la vida y de entender la literatura como un modo sano de juzgarla.

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