La culpa fue de Dumas. Charlando con Sol Salama

A pesar de los pesares, el mundo editorial en España está viviendo uno de sus momentos más extraordinarios si nos atenemos al incesante número de títulos que se publican cada año. Tomando como referencia algunos datos, uno observa que en el pasado 2019 se editaron un total de 82.347 títulos, lo cual no deja de resultar sorprendente porque desde tiempos inmemoriales se ha vaticinado la muerte del libro como tal, pero el libro resiste, y resistirá si siguen apareciendo sellos independientes que buscan hallar una voz propia para compartirla con el resto de los mortales.

Existen tantos sellos en la actualidad, que es imposible tenerlos controlados a todos. No obstante, hay algunos que, gracias al esfuerzo de sus editores y la calidad de los trabajos que presentan, logran hacerse un hueco en los mass media y, lo que es más importante, en esos templos sagrados de las bibliotecas personales. Una de esas editoriales es Tránsito, al frente de la cual se sitúa Sol Salama. Con ella hemos querido conversar sobre su proyecto editorial, sobre su forma de entender la literatura, de sentirla. Y visto el éxito de su última publicación, Una familia en Bruselas, de Chantal Akerman —con traducción de Regina López Muñoz—, esperemos que esta entrevista se difunda hasta los confines de la blogosfera.

Pregunta: Tránsito se define como una editorial que publica narrativa literaria unida a la memoria, a la primera persona. De un tiempo a esta parte, lo que solemos conocer como «literatura del yo» ha sido criticada, fruto, quizá, de una sobreexplotación. Sin embargo, sigue siendo poderosa, nos sigue hipnotizando. ¿Qué tiene el yo, la primera persona, para apostar decididamente por ella en el catálogo de la editorial?

Sol Salama: Bueno, además de los debates literarios en cuanto a esto, que pueden ser más o menos ricos, está la filia o la querencia. A mí me gustan mucho los libros de memorias, la literatura testimonial, los libros autobiográficos, los textos narrados en primera persona. Se puede hablar largo y tendido sobre esto si es que enriquece, pero también hay mucho debate que carece de sentido, porque sabemos que la ficción no es nada sin nutrirse de la memoria y la memoria, a su vez, suele tirar del hilo de la ficción. Al final, que en el catálogo de Tránsito vaya a haber mucha autoficción no es más que un reflejo de mis gustos como lectora, algo que me permito porque he creado este proyecto. A medida que crece, no obstante, noto que tengo ganas de mirar para otros lugares, otros puntos. Ya se irá viendo.

P: Iniciaste tu andadura como editora publicando ese laberinto emocional que firma la autora uruguaya Fernanda Trías titulado La azotea. En pocas palabras, toda una declaración de intenciones. En su día comenté que este libro decía mucho de los objetivos que te habías marcado, por ser un relato sugerente, contradictorio moralmente hablando y profundo. ¿Es ese debate moral, esa investigación sobre lo emocional, elementos clave de tu forma de entender la literatura?

S. S.: No sé si es mi forma de entender la literatura o más bien el mundo. No concibo, como forma de vivir, el olvido, el guardar debajo de la alfombra, el no hablar de las cosas. Peco de lo contrario: de un exceso de análisis, de querer saber, de meter el dedo en la llaga. Creo que es un error mirar para otro lado cuando sentimos que algo no es como debería ser. Por eso, sí, La azotea en ese sentido fue para Tránsito una carta excelente de presentación por lo brava que era la historia y lo mucho que se prestaba al debate.   

P: Fernanda Trías y Carole Lamarche son, por ahora, las únicas que han repetido en vuestro catálogo. Fueron la primera y segunda autoras que publicasteis. ¿Qué nos puedes decir de ambas, de su escritura? ¿Qué te enamoró de ellas?

S. S.: Me encantaría que fuese así en general, apostar por autoras y no por obras sueltas, pero esto no es siempre tan sencillo. De Caroline Lamarche me conquistó su sensibilidad, tan honda, y también los temas que toca: la fragilidad de los seres vivos, la violencia en diferentes formas, aunque sobre todo la ejercida contra la mujer y la naturaleza, y la vulnerabilidad del planeta. También, sobre todo, su escritura poética salpicada de sarcasmo.

Respecto a Fernanda Trías, La azotea es un libro que me conmocionó mucho y que trata sobre el miedo, sobre todo, la libertad y la familia, temas que nos tocan a todos. Esto me interesa mucho: las historias que nos pueden sobrecoger o zarandear a partir de temas totalmente universales.

P: Tránsito es una editorial que aúna voces y escrituras femeninas, algo necesario en estos tiempos en los que, pese a lo que nos creemos, sigue habiendo una gran desigualdad. Por una parte, quisiera conocer la razón concreta que te llevó a tomar la decisión de publicar únicamente a mujeres. Entiendo que es un acto reivindicativo pero, ¿no sientes cierto temor a que encasillen a la editorial? ¿O es la especialización parte fundamental de tu concepto, de tu idea como editora?

S. S.: No, no tengo ningún temor. ¿A que me encasillen en editorial feminista? Tránsito está muy unida a la persona que la fundó, y yo soy clara y públicamente feminista, no me escondo. Ahora bien, no publico «literatura femenina», no creo en esto, sino más bien en literatura que habla de las mujeres o que habla de lo femenino, como, por ejemplo, Primera persona, un libro de crónicas que «reflexiona sobre la condición femenina». Publico literatura que considero buena literatura, y publico sólo a mujeres como gesto reivindicativo porque creo en una sociedad igualitaria que desgraciadamente no hemos alcanzado. Quiero contribuir, con mi grano de arena, ofreciendo la oportunidad de que más autoras puedan levantar la voz, es decir, publicar sus textos.

P: Por el momento, las autoras latinoamericanas son las que tienen mayor presencia en la editorial. A la ya mencionada Fernanda Trías hemos de sumar a Margarita García Robayo, Arelis Uribe, Paula Vázquez y Cristina Rivera Garza. ¿Dirías que la literatura latinoamericana actual tiene nombre de mujer? Lo pregunto porque a nadie se le escapa que en la actualidad destacan muchísimo nombres como los de Samanta Schweblin, Mariana Enríquez, Mónica Ojeda, María Fernanda Ampuero, Guadalupe Nettel, Valeria Luiselli o Selva Almada, por citar sólo algunas.

S. S.: No es que la literatura latinoamericana actual tenga nombre de mujer, es que desde un tiempo ya nos dio por fijarnos desde aquí en ellas. Las autoras siempre han estado escribiendo al otro lado del Atlántico, si no las más jóvenes, las de la generación justo anterior, pero entonces el foco estaba puesto en autores, en los hombres. Y ahora estamos mirándolas a ellas.

P: Otro aspecto a destacar y que creo relevante es el diseño. Existe una línea muy concreta, elegante y sutil, que define perfectamente el carácter de la editorial. En otras palabras, cualquiera de nosotros puede identificar ya un libro de Tránsito. ¿Qué puedes contarme sobre esas portadas, sobre el proceso de imaginar cómo querías que fueran estéticamente los libros de Tránsito?

S. S.: Tanto a Donna Salama (la diseñadora) y a mí, nos apasiona la fotografía. Sin embargo, es lo que prima en las cubiertas. Así que nos empeñamos en hacer algo distinto y elegimos el collage porque es una técnica que permite ir más allá de lo realista mucho más fácilmente que otras disciplinas. Y nos interesaba mucho lo conceptual, tanto como la sencillez y l limpieza, lo minimalista de las portadas.

P: Sin dejar de lado tu faceta como editora, porque todo/a editor/a ha de ser, en mi opinión, un/a lector/a, sí quisiera ahondar en la Sol Salama lectora. Así pues, me interesa saber si respiraste literatura desde tu infancia, y cuáles fueron esos libros que marcaron tu manera de ver y entender el mundo.

S. S.: Sí, he leído desde muy pequeña, o más bien, me leían; tuve mucha suerte porque la lectura se volvió un hábito muy temprano, y eso no se va nunca. En mi forma de ver el mundo han tenido que ver muchas cosas y muy dispares. Si me voy atrás, muy atrás, Lorca y su Doña Rosita la soltera estaban ahí, una y otra vez, cuando yo era una niña, y también su Romancero gitano y Poeta en Nueva York, el cual no he dejado de releer. También, por supuesto, los poetas del 98 —Machado, Machado, Machado— y obras como Platero y yo o el diario de Anna Frank.Y más adelante ya: Clarice Lispector, Gabriel García Márquez, Stefan Zweig o Virginia Woolf, a los que leí muy jovencita.

P: ¿Dirías que hubo un momento epifánico que hizo que abrazaras la literatura como lo has hecho?

S. S.: Quizá me colgué del todo con El conde Montecristo. Recuerdo un verano, el sofá azul en la casa de veraneo de mi familia paterna y no levantarme en unos días. La culpa fue de Dumas.

P: Clarice Lispector decía que escribir es una maldición que salva. En tu caso, ¿editar es una maldición que salva? ¿O es simplemente un ejercicio sincero de sanación?

S. S.: Aún no lo sé, llevo demasiado poco como editora… ¡Hazme la misma pregunta en diez años y lo veremos! No llegándole al meñique del pie a Lispector, me identifico más con su frase ahora mismo.

P: ¿Entiendes la literatura como un modo para comprender un poco mejor el mundo, para revelar nuestra existencia poco a poco?

S. S: Entiendo la literatura como un placer, pero también y quizá toda vía más, como ese lugar en el que una se mete para buscar la tranquilidad y la calma que no le dan el mundo y su propia vida. Recuerdo que en el confinamiento, he respirado a través de los libros, por ejemplo viajando en ese coche con Desierto Sonoro pude dejar de escuchar un rato las ambulancias de Madrid. Suena manido, pero siento la literatura como el mayor y el más valioso refugio de todos. Y sí, por supuesto, lo he dicho mucho. Es, creo, la herramienta más preciada que tenemos para adentrarnos en nosotros mismos y hablarnos, mirarnos, pararnos, comprender, pensar. Todo eso que tanto cuesta hacer los libros lo provocan.  

P: Para terminar, una de esas preguntas quizá un poco tontas: ¿Qué autora o libro te gustaría haber publicado y por qué razón?

S. S.: A Annie Ernaux, imagínate. Hay un libro que aún no he leído pero tengo muchísimas ganas, que saldrá en marzo en Sexto Piso: Los nombres propios, de Marta Jiménez Serrano. Tengo la impresión de que ese sí me hubiese gustado publicarlo : ) Y luego, a Mónica Ojeda, por supuesto, o a Margaryta Yakovenko, cuya Desencajada me ha gustado mucho. Pero todo está bien como está, estoy feliz con mi catálogo y contenta también de ver lo que hacen otras editoriales.

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