Todo es veneno. Charlando con Bruce Bégout // Tout est poison. Une conversation avec Bruce Bégout

Bruce Bégout. Foto de Aurélien Pic

Bruce Bégout. © Aurélien Pic

Bruce Bégout era un auténtico desconocido para mí, lo reconozco. No leí sus celebrados ensayos Zerópolis o Lugar común. El motel americano, ambas publicadas en Anagrama. Al pensador francés siempre le ha preocupado responder a una pregunta básica: ¿hacia dónde nos dirigimos? En sus múltiples reflexiones ha dejado constancia de los peligros que conlleva «el consumismo frenético, emblema del entretenimiento pueril y templo de la tiranía ludócrata». También ha demostrado inquietud por la arquitectura y el urbanismo, elementos clave de organización y, por qué no decirlo, de control social. Detrás de ciertas formas de edificación se esconden elementos miserables, «deseos mutilados y reorientados», ejercicios que deshumanizan, que aniquilan.

Bégout lanza asimismo miradas furtivas en torno a los peligros que conlleva esa realidad global donde la tecnología avanza determinante, con paso firme, y arremete contra todo. En cierto sentido, avisa del dominio de ese mundo virtual perfectamente diseñado sobre nosotros. Y es que la sinrazón no conoce límite alguno, pues los seres humanos somos capaces de crear nuestras propias trampas, encerrándonos más y más en ese caparazón del que ni siquiera podemos escapar una vez estamos en su interior. En Le ParK (Siberia) vuelve a demostrar cuán desdichados llegamos a ser, cuán estúpidos e ignorantes. Pero hay luz. ¿La hay?

En un lugar recóndito, una isla perdida entre Borneo y China, un multimillonario ruso decide crear de la nada el mayor parque temático del Universo, el parque de los parques, Le ParK (con esa K mayúscula, dominante). Pero no se confunda, lector. En ese lugar ignoto «el fantasma ha tomado cuerpo en forma de delirio». Y entre tanto delirio, una confesión me permitirán: esta entrevista ha sido fruto de la constancia y la paciencia. Más de un año de intentos que hasta ahora resultaron fallidos. Pero esta es una historia feliz que ha sido posible gracias a Iria Rebolo, quien se mostró siempre dispuesta a aguantar mis «embestidas», a Rubén Martín Giráldez, traductor de LeParK y «culpable» de recomendarme su lectura, y a Regina López Muñoz, quien aceptó traducir esta especie de charla con un autor que creo, sinceramente, da en el clavo al recordarnos a viva voz –al menos a mí me lo recuerda– que todo es paradoja y contradicción, incertidumbre; y lo hace a través de esa arquitectura siniestramente atractiva, ese parque de atracciones cuya meditada construcción todo lo encierra, hasta nuestra existencia.

Le ParKPregunta: Algo que, quizá, haya quedado patente en su obra, es el hecho de encontrar demonios en los aparcamientos y centros comerciales, en los barrios suburbanos de las ciudades, los moteles y el neón. Extrae de lo ordinario algo extraordinario y lo somete a una incisiva mirada analítica para desentrañar esos delitos y faltas propios del ser humano. Con Le ParK podría decirse que va un paso más allá, pues condensa en una remota isla los terrores, vicios y fetiches que hemos puesto en práctica a lo largo de la historia con resultados sobrecogedores. ¿Me equivoco?

Bruce Bégout: No, ha identificado usted uno de los resortes de mi estética, una forma de extraer elementos terribles e inquietantes, ambientes de terror, a partir de nuestro entorno urbano, mercantil y mediático. Le ParK, por su parte, trata de figurar de manera espacial la extraña relación que mantenemos con los lugares cerrados, fuente de inseguridades y angustias. Convierte la confianza en pánico, transforma los muros protectores en laberinto devorador.

P: En su novela habla de «encrucijadas del terrorismo mundial y del urbanismo inmunitario». Es curioso cómo uno, al leer esto, piense en las típicas urbanizaciones suburbanas de las grandes ciudades, esas en las que todas las casas son exactamente iguales y donde todos sus inquilinos parecen dedicarse a las mismas cosas. De un modo u otro, nosotros mismos nos recluimos, buscamos una vida modelo, una vida de apariencias. ¿Podemos escapar de todo ello?

B. B.: En efecto, se trata de extraer premisas de temor de los entornos arquitectónicos contemporáneos, de hacer de ellos un juego de atracción y repulsión. No deja de resultar extraña la constatación de cómo el hombre construye dispositivos inmunitarios que a veces se revelan más nocivos que los males que supuestamente deben destruir. Esa ambigüedad es lo que me interesa. Todo es veneno; la única diferencia la marca la dosis. Mi trabajo es tomar objetos, lugares, situaciones, y aumentar la dosis hasta que se desencadene la crisis.

P: Le ParK también deja constancia de la fijación, por parte de un sector elevado de la sociedad actual, por el show-business donde el espectáculo, la diversión y el chismorreo cobran primacía sobre la información. Nos puede el voyeurismo, vivir la vida de los otros, ser los otros para evitar tomar conciencia de nuestra realidad. ¿Tan aburrida es la vida que llevamos? ¿La vulgaridad ha ganado definitivamente la partida?

B. B.: Le ParK sólo indica que el sistema racional y mercantil que, al colonizar la vida cotidiana con sus máquinas y dispositivos cada vez más alienantes, ha lastrado y ensombrecido nuestra existencia es el mismo que crea, a modo de compensación lúdico-fantástica, el mundo del ocio hortera. Las Vegas es el prototipo de ciudad de la organización del pseudocaos. La falsa orgía que vende reposa sobre los mismos principios que el sistema de minimización de costes y racionalización de tareas. El hastío y su falsa superación mediante los éxtasis adulterados de la sociedad del espectáculo siguen la misma lógica. Le ParK muestra esa doble vida del contemporáneo: el agostamiento en la banalidad y sus transfiguraciones aún más aburridas a través de la intensidad sensorial, la sexualidad y la violencia.

P: Aunque cueste reconocerlo, somos masa, un grupo de personas flexibles, maleables. Por eso vivimos en sociedad. En Le ParK asistimos, precisamente, a una especie de muerte del individualismo, de la independencia. En un momento dado llega a escribir: «La abundancia nos obliga a la elección».  La novela deja patente nuestra “domesticación”, ¿no?

B. B.: Sí, una domesticación discreta de las masas y su poder. Esos lugares cerrados y autorregulados aspiran a canalizar el potencial afectivo, práctico y revolucionario de las masas, darles un objeto fetiche en el que concentrar sus pasiones. Al mismo tiempo, estamos hablando de una necesidad antropológica: domesticar el propio espacio y el tiempo, organizar la vida en aras de la supervivencia; pero esos dispositivos de seguridad, como Le ParK, distorsionan dicho fin con un control político sobre la libertad y el poder de los individuos creando canales herméticos del sentido y de la práctica. En el mundo del ocio se ejerce, qué duda cabe, un control social tan fuerte como en el mundo del trabajo, aunque aún más perverso en la medida en que es el propio consumidor quien, en este caso, opera la censura.

P: En su libro La Découverte du quotidien ambicionaba revelar la esencia escondida de la vida cotidiana, esa vida que está repleta de banalidades y trivialidades. Por el contrario, en Le ParK no existe nada trivial. Todo resulta atípico, su concepción, arquitectura, personajes… Es un despropósito con un propósito muy marcado: el control. Nuestras vidas, sean éstas una nimiedad o una mera ruleta rusa, están bajo un control total y absoluto. Vivimos en una burbuja que va mermando y nos oprime. ¿Debemos claudicar en la ignorancia para poder sobrevivir?

B. B.: Efectivamente, lo cotidiano no cabe en Le ParK. Todo en él es extraordinario y al mismo tiempo está destinado a determinar la vida bajo todos sus aspectos. Le ParK es un laboratorio que inventa los modos de vida futuros, por tanto, la «parkización» futura de la vida cotidiana. El velo de ignorancia es una estructura trascendental en la vida humana. Nunca somos del todo conscientes de lo que hacemos porque siempre nos absorbe el resultado e ignoramos el proceso que lo ha producido. Tanto la literatura como la filosofía son reflexiones que nos desvían de las evidencias y nos muestran la producción de lo que parece caer por su propio peso, y que, en el fondo, nunca cae por su propio peso. Además, yo nunca he hecho de la felicidad un valor o un objetivo. La felicidad es un golpe, un choque contingente que viene y desaparece, que depende mucho del azar. Me parece muy problemático fundar una política y una moral sobre algo que se nos escurre entre los dedos igual que una pastilla de jabón.

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P: En una de sus últimas obras, Chroniques mélancoliques d’un vendeur de roses ambulant, se sirve de un inmigrante clandestino para narrar el temor de una realidad global, interconectada de norte a sur, este a oeste. Esa realidad, aparentemente, nos permite ser más libres pero también nos somete a las directrices de la tecnología, esa herramienta que nos deshumaniza y transforma en un ente virtual y hasta nos puede eliminar con un solo click. Todo es paradoja y contradicción, incertidumbre, pero seguimos caminando hacia esa NADA.  ¿Somos psicológicamente frágiles, incapaces de superar el totalitarismo impuesto por las macro-empresas y los gobiernos, por Internet?

B. B.: Pues no sé. Mi papel no es predecir el futuro en forma de emancipación. Cada uno debe pensar y hacer lo que crea necesario y justo en cada situación. No aspiro a que se tome conciencia alguna con lo que escribo. Emborrono el lienzo para crear impresiones delectables y detestables. Exagero, provoco, poetizo a veces. Luego, lo que los lectores hagan de esa lectura y la relación que mantengan con la acción es cosa de ellos y de nadie más.

P: «[…] la imaginación no tiene porqué someterse a los principios de la razón, ni puede aprender lección alguna de ésta». Vuelvo a Le ParK para preguntarle, ¿qué importancia le concede a la imaginación, a ser creativo, soñar despierto?

B. B.: La ficción es la herramienta de la verdad. Es la que surge de lo que se expone como realidad, el corazón oculto y activo de las cosas. Por tanto, resulta fundamental como creación pero también conocimiento. No consiste en inventar sino en comprender, en poner en evidencia los resortes del mundo en que vivimos, ocultos bajo la Superficie banal.

P: De la lectura de Le ParK he extraído una serie de términos y conceptos tales como sórdido, grotesco, distracción, aislamiento, confusión, protección, humillación, provocador, zoo humano, surrealista… No sé porqué, al leer la palabra “humillación” pensé en Paul Valery cuando dijo que «los grandes hombres son los que no sienten la impotencia del hombre». Precisamente, la impotencia  puede ser una forma importante de humillación, más cuando nos tenemos que limitar a ser flexibles para vivir en esta sociedad. ¿Cree que hay un adoctrinamiento premeditado para que las generaciones futuras sean más serviles?

B. B.: Sí; a mi juicio, las hegemonías del pasado en Europa, los grandes sistemas monárquicos y la iglesia católica romana, pasaban menos tiempo modelando los cuerpos y las conciencias según el modo permanente de la seducción. Esas hegemonías del antiguo régimen reclamaban una sumisión exterior que las más de las veces liberaba la existencia en su despliegue plástico cotidiano. La propaganda liberal y mercantil, por su parte, aspira al control total del cerebro, a la determinación intracelular de las decisiones. Y no se trata de un totalitarismo soft, como a veces se dice, sino de una dureza sin parangón. Aun disimulado bajo lentejuelas y papel de regalo, dirige los deseos y los afectos con mano de hierro.

P: En Le Park dice que los sentimientos se encuentran dentro de las moléculas, habla de la existencia de un gobierno químico. ¿Nuestra forma de vida está limitada sólo por la locura de la ciencia?

B. B.: La química es la clave, sí. No basta con intervenir sobre los sentimientos, sobre el mundo vivido de la conciencia. Se trata de horadar aún más el tejido cerebral y celular: ahí se librará la nueva batalla de la libertad. No en la plaza pública, con manifestaciones monstruosas, sino en las salas inmaculadas de los laboratorios del transhumanismo. La neuroarquitectura de Le Park anticipa ese estado, creando construcciones y lugares que modifican la propia organización fisiológica de sus residentes.

P: Podemos decir que aún existe el totalitarismo en nuestro mundo, ya sea religioso, político o cultural. ¿Hay un espacio para la reflexión? ¿Tenemos capacidad para alcanzar cierta decencia común?  Admitiendo que existan los intelectuales hoy, ¿sirven para algún propósito?

B. B.: He dejado de creer en el papel público y pedagógico del intelectual, que en el mundo de la ocupación mediática del tiempo se ha convertido en vendedor de humo, en presentador de la tele. Sólo creo en los topos, como Marx y Nietzsche, en los seres oscuros que cavan túneles y minan el territorio oficial de la dominación con sus construcciones intelectuales ocultas y gigantescas. Aspiro al secreto, a la discreción, a la desaparición incluso. Mis obras bastan para intervenir en el terreno del debate.

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Ahora, turno para los francófonos

Question: S’il y a quelque chose de manifeste dans votre œuvre c’est le fait de trouver des démons dans les parkings et dans les centres commerciaux, dans les quartiers périphériques des villes, dans les motels et le néon. À partir de l’ordinaire vous tirez des aspects extraordinaires, que vous examinez avec un regard analytique et incisif afin de percer ces crimes et délits propres de l’homme. On pourrait affirmer qu’avec Le ParK vous allez un peu plus loin, puisque ce livre rassemble dans une île lointaine les terreurs, les vices et les fétiches auxquels nous nous sommes adonnés tout au cours de l’histoire, avec des résultats étonnants. Ai-je tort?

Bruce Bégout: Non vous avez clairement perçu l’un des ressorts de mon esthétique, une manière de tirer de notre environnement urbain, marchand et médiatique des éléments terribles et inquiétants, des ambiances de peur. Le ParK, quant à lui, essaie de figurer spatialement le rapport étrange que nous entretenons avec les lieux fermés, source de sécurité et d’angoisse. Il retourne la confiance en panique, transforme les murs protecteurs en labyrinthe dévorateur.

Q: Dans votre roman vous parlez des «carrefours du terrorisme mondial et de l’urbanisme immunitaire». C’est curieux comment, en lisant cela, ce qui vient à l’esprit c’est ces quartiers résidentiels des banlieues des grandes villes, là où toutes les maisons sont exactement pareilles et dont tous les habitants semblent s’occuper des mêmes affaires. D’une manière ou d’une autre, nous nous infligeons volontairement un tel isolement, on cherche une vie modèle, une vie d’apparences. D’après vous, y a-t-il un moyen d’échapper à tout ça?

B. B.: Il s’agit en effet d’extraire des environnements architecturaux contemporains des prémisses de crainte, d’en faire des jeux d’attraction et de répulsion. C’est étrange de constater comment l’homme construit des dispositifs immunitaires qui s’avèrent parfois plus nocifs que les maux qu’ils sont supposés détruire. C’est cette ambiguité là qui m’intéresse. Tout est poison, la seule différence consiste dans la dose. Mon travail est de prendre des objets, des lieux, des situations et d’augmenter la dose jusqu’au déclenchement des crises.

Q: Le ParK témoigne aussi de l’obsession, de la part d’un vaste secteur de la société actuelle, pour le show-business. Le spectacle, les distractions et les commérages s’imposent à l’information. On ne peut pas résister au voyeurisme, on veut vivre la vie des autres, être les autres, afin d’éviter de prendre conscience de notre réalité. Est-elle si ennuyeuse que ça, la vie que nous menons? La vulgarité a-t-elle définitivement remporté la victoire?

B. B.: Le ParK indique seulement que le système rationnel et marchand qui, en colonisant la vie quotidienne par ses machines et ses dispositifs toujours plus aliénants, a rendu l’existence morne et pesante est le même qui crée, comme compensation ludico-fantastique, le monde des loisirs clinquants. Las Vegas est le prototype de la ville de l’organisation du pseudo-chaos. La fausse orgie qu’elle vend repose sur les mêmes principes que le système de minimisation des coûts et de rationalisation des tâches. L’ennui et son faux dépassement dans les extases frelatées de la société du spectacle appartiennent à la même logique. Le ParK montre cette vie double du contemporain: l’asséchement dans la banalité et ses transfigurations encore plus ennuyeuses dans l’intensité sensorielle, la sexualité et la violence.

Bruce BégoutQ: Bien qu’il soit difficile de le reconnaître, on fait partie de la masse, d’un ensemble de personnes flexibles, malléables. Ainsi vivons-nous en société. Dans Le ParK nous nous retrouvons, précisément, face à une espèce de mort de l’individualisme, de l’indépendance. À un moment donné vous écrivez: «l’abondance nous contraint à la préférence». Votre roman met en évidence notre «apprivoisement», n’est-ce pas?

B. B.: Oui une domestication discrète des masses et de leur puissance. Tous ces lieux fermés et autorégulés visent à canaliser le potentiel affectif, pratique et révolutionnaire des masses, de leur donner un objet fétiche sur lequel investir leurs passions. En même temps il s’agit d’une nécessité anthropologique, domestiquer son espace et son temps, organiser la vie en vue de la survie, mais ces dispositifs sécuritaires comme Le ParK détourne cette finalité en une mainmise politique sur la liberté et la puissance des individus en créant des canaux hermétiques du sens et de la pratique. Le monde des loisirs est sans doute le lieu d’un contrôle social aussi fort que le monde du travail, mais il est encore plus pervers dans la mesure où c’est le consommateur lui-même qui, dans ce cas, opère la censure.

Q: Dans La découverte du quotidien votre but était de révéler l’essence cachée de la vie quotidienne, de cette vie débordante de banalités et de trivialités. Dans Le ParK, par contre, on ne trouve rien de banal. Tout semble atypique: sa conception, son architecture, ses personnages… C’est du non-sens avec un sens très précis: le contrôle. Nos vies, qu’elles soient une bagatelle ou bien une simple roulette russe, elles sont sous un contrôle total et absolu. Nous vivons à l’intérieur d’une bulle qui se rapetisse et qui nous étouffe. Devons-nous sombrer dans l’ignorance pour pouvoir survivre?

B. B.: Le quotidien est en effet absent du ParK. Tout y est extraordinaire et en même temps voué à déterminer à son tour la vie sous tous ses aspects. Le ParK est un laboratoire qui invente les modes de vie futurs, donc la parkisation à venir de la vie quotidienne. Le voile d’ignorance est une structure transcendantale de la vie humaine. Nous ne sommes jamais totalement conscients de ce que nous faisons car nous sommes toujours absorbés dans le résultat et ignorons le processus qui l’a produit. La littérature comme la philosophie sont des réflexions qui nous détournent des évidences et nous montrent la production de ce qui va de soi, et qui, dans le fond, ne va jamais de soi. Je n’ai jamais fait en outre du bonheur une valeur ou un but. Le bonheur est un heurt, un choc contingent qui va et disparaît, qui dépend beaucoup du hasard. Il me semble très problématique de fonder une politique et une morale sur ce qui glisse des doigts comme une savonnette.

Q: Dans Chroniques mélancoliques d’un vendeur de roses ambulant, un de vos derniers ouvrages, vous vous servez d’un immigrant clandestin pour raconter la peur envers une réalité globale, interconnectée du nord au sud, de l’est à l’ouest. En apparence, cette réalité nous permet d’être plus libres mais en même temps elle nous plie aux dictats de la technologie, cet outil qui nous déshumanise et nous transforme en entité virtuelle et qui pourrait même nous éliminer avec un simple click. Tout est paradoxe et contradiction, incertitude, mais nous continuons malgré tout à marcher vers ce grand RIEN. Sommes-nous psychologiquement fragiles, incapables de prendre le dessus sur le totalitarisme qu’imposent les macro-entreprises et les gouvernements, voire Internet?

B. B.: Je ne sais pas. Mon rôle n’est pas de prédire le futur sous la forme de l’émancipation. C’est à chacun de penser et de faire ce qui lui semble nécessaire et juste dans chaque situation. Ce que j’écris ne vise pas à une prise de conscience. Je noircis le tableau pour créer des impressions délectables et détestables. J’exagère, je provoque, je poétise parfois. Après, ce que les lecteurs font de cette lecture et le rapport qu’ils ont avec l’action ne regardent qu’eux.

Q: «[…] l’imagination ne doit pas forcément se soumettre aux principes de la raison, elle ne peut en tirer aucune leçon». Je reviens sur Le ParK pour vous demander: quelle importance accordez-vous à l’imagination, au fait d’être créatif, de rêver les yeux ouverts?

B. B.: La fiction est l’outil de la vérité. C’est elle qui dégage de ce qui est étalé comme réalité le coeur caché et actif des choses. Elle est donc fondamentale comme création mais aussi connaissance. Elle ne consiste nullement à inventer mais à comprendre, à mettre au jour, sous la Surface banale les ressorts cachés du monde dans lequel nous vivons.

Q: Après la lecture de Le ParK j’ai tiré une série de termes et de concepts, tels que: sordide, grotesque, distraction, isolement, confusion, protection, humiliation, provocateur, zoo humain, surréaliste… Je ne saurais expliquer pourquoi, mais dès que j’ai lu le mot « humiliation » je me suis rappelé ce que disait Paul Valery: «les grands hommes sont ceux qui ne sentent pas l’impuissance de l’homme». Certes, l’impuissance peut constituer une forme importante d’humiliation, d’autant plus que nous devons nous limiter à être flexibles pour vivre dans cette société. Croyez-vous qu’il y ait un endoctrinement prémédité pour que les générations à venir soient plus serviles?

B. B.: Il me semble en effet que les hégémonies passées en Europe, disons les grands systèmes monarchiques et l’Eglise catholique et romaine, passaient moins de temps à modeler les corps et les consciences sur le mode permanent de la séduction. Ces hégémonies de l’ancien régime réclamaient une soumission extérieure qui laissait le plus souvent libre l’existence dans son déploiement plastique quotidien. La propagande libérale et marchande aspire, elle, au contrôle total du cerveau, à la détermination intracellulaire des décisions. Ce n’est pas un totalitarisme soft, comme on le dit parfois, mais d’une dureté sans pareille. Même masqué sous les paillettes et les papiers cadeaux il dirige d’une main de fer les désirs et les affects.

Q: Dans Le ParK vous affirmez que les sentiments se trouvent à l’intérieur des molécules, vous parlez de l’existence d’un gouvernement chimique. Notre mode de vie n’est limité que par la folie de la science?

B. B: La chimie est la clé en effet. Il ne suffit pas d’intervenir sur les sentiments, sur le monde vécu de la conscience. Il s’agit de forer plus profondément dans le tissu cérébral et cellulaire, c’est là où va se jouer la nouvelle bataille de la liberté. Non sur la place publique avec des manifestations monstres, mais dans les salles blanches des laboratoires du transhumanisme. La neuro-architecture du ParK anticipe cet état en créant des bâtiments et des lieux qui modifient l’organisation physiologique elle-même des résidents.

Q: On peut dire que les totalitarismes existent toujours dans notre monde, qu’ils soient religieux, politiques ou culturels: y a-t-il un espace pour la réflexion? Avons-nous la capacité d’atteindre une certaine décence commune? En admettant que les intellectuels existent aujourd’hui, servent-ils à quelque chose?

B. B.: Je ne crois plus au rôle public et pédagogique de l’intellectuel, lequel est devenu, dans le monde de l’occupation médiatique du temps, un marchand de buzz, un animateur télé. Je crois seulement aux taupes, comme Marx et Nietzsche, aux êtres obscurs qui creusent des souterrains et minent le terrain officiel de la domination par leurs constructions intellectuelles cachées et gigantesques. J’aspire ainsi au secret, à la discrétion, à la disparition même. Mes oeuvres suffisent pour intervenir dans le champ du débat.

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