Sinceridad, crudeza, Ohio… Charlando con Donald Ray Pollock // Sincerity, rawness, Ohio… Conversation with Donald Ray Pollock

Puede que me esté trastornando. No lo sé. Lo que si sé, o al menos tengo constancia de ello, es que soy un claro devoto de esas historias que surgen desde las mismísimas entrañas del escritor para ofrecer infinitas situaciones hostiles, descorazonadoras, autodestructivas, aunque también graciosas y estimulantes. Perturbadores relatos donde no existe lugar para la redención, cargados de una tristeza que encogen el corazón, de una violencia y sordidez que te dejan con la lágrima en el ojo, crueles y sinceros.

Quizá haya sido presa del mismo virus que otrora afectara a autores del calibre de Francis Scott Fitzgerald –«Muéstrame un héroe y te escribiré una tragedia», dijo una vez– o Arthur Schopenhauer –quien no dejaba de recordarnos que en el ser humano solo existe un error innato: «creer que estamos aquí para ser felices»–. Quien sabe. Sí puedo intuir, o al menos eso creo, el hecho de que me resultan tan atrayentes este tipo de narraciones porque muestran aquello que no queremos ver y reconocer: la fragilidad de la propia condición humana. El ser humano puede llegar a ser tan noble como despreciable. La hipocresía forma parte de nuestra identidad, a pesar de que muchos intentan obviarlo. No hay que olvidar que todos nos hemos transformado en flâneurs, coleccionistas y prostitutas. Todos somos amantes abandonados por un ideal, una visión de futuro o una vida cómoda. Todos creemos poseer la verdad más absurda. Todos sentimos que el mundo se derrumba y somos incapaces de reaccionar para poder evitarlo. Y en medio de todo está la violencia, la corrupción, lo depravado, infame, lo rastrero, ruin, vil y abyecto.

Cuando leí a Donald Ray Pollock algo en mi interior cambió. Mi estómago se revolvía, sentía como punzadas y mi cerebro no dejaba de insistir e insistir en que olvidara aquellas historias de un pueblo remoto de Ohio llamado Knockemstiff –publicadas por Libros del Silencio–. Pero no podía dejarlo, no quise dejarlo. Hacía tiempo que no leía una literatura tan cruda, y me entusiasmó. Por esa misma razón, un buen día decidí entrevistarlo. Qué sorpresa la mía que gracias a esa cosita llamada Internet ha sido posible. Contactar con el bueno de Donald fue algo extrañamente sencillo. No tardó ni un solo día en responder a mi petición de entrevista. Es más, se mostró encantado por el hecho de que alguien, en España, decidiera charlar con él. Yo, por mi parte, parecía un niño pequeño a punto de recibir el regalo de su vida. Nervioso, pataleando y sonriendo sin parar, presa de la emoción, e incrédulo, puesto que solo soy un chico de provincias al que algunos leen.

No obstante, he de decir que no podía afrontar tal empresa en solitario. Sin pensarlo un instante, hablé con un ángel traductor llamado Inga Pellisa –editora, no lo olvidemos, de Libros del Silencio cuando publicaron por primera vez al protagonista de esta historia–, quien no dudó en «echarme un cable». Sin ella, dudo que esto hubiera sido posible. Y no contento, contacté con The New York Times para ver si podía hacer uso de una sesión fotográfica que hicieron al propio Pollock. Todo para hacer de esta aventura algo único, inolvidable, exclusivo e inédito. Al final, debo confesar, decliné esta opción –debía esperar más tiempo, además de abonar cierta cantidad de dinero… y lo más importante, no podría publicar la entrevista con la libertad que quería–.

Ahora que todos los lectores pueden adentrarse en el lúgubre mundo de El diablo a todas horas, primera novela del autor de Ohio y segunda publicación en España, era el momento de ofrecer esta charla transoceánica para saber un poquito más cómo es Donald Ray Pollock. ¡Disfruten y lean, lean!

Pregunta: Literatura hiriente, dura, cruda, a veces repugnante, injusta. La aparición de Knockemstiff en el panorama literario internacional ha sido como un buen golpe de derecha que dejó KO a más de un lector. A través de cada una de las historias del libro, el vacío que sentimos en nuestro interior se hace más y más grande, debido en parte a lo real de los hechos descritos. ¿Fue Knockemstiff un ejercicio de introspección para liberarse de la sombra aletargada de la propia ciudad, su ciudad?

Donald Ray Pollock: Gracias por esas amables palabras. Hay algo que necesito señalar, y es que Knockemstiff no está basado en hechos «reales» verdaderamente. Por descontado, existe un lugar real en el sur de Ohio llamado Knockemstiff, en el que tienen lugar las historias, pero prácticamente todo lo demás es ficción, salvo las referencias geográficas y otros pequeños detalles como el nombre de la iglesia, etc. En respuesta a tu pregunta: no, creo que fue justo lo contrario, en el sentido de que quería intentar, dentro de mis modestas posibilidades, darle una especie de «homenaje» al pueblo antes de que desapareciera. Es cierto que me sentía atrapado en él cuando era joven, y aún puedo recordar aquella sensación, pero de eso hace mucho tiempo.

P: Cada personaje representa un papel distinto de la condición humana, donde la línea que separa la locura de la desesperación es muy fina. En cierta forma estamos ante un pueblo maldito en el que redimirse de los pecados cometidos no es una opción viable ¿No resulta todo excesivamente descorazonador?

D. R. P.: Desde luego, Knockemstiff es un auténtico bajón si uno anda buscando una historia que le haga sentirse bien. Pero si pensamos en ello, ¿cuánta gente se habrá ido a la tumba sin encontrar jamás la redención? Millones, diría yo.

P: ¿Cómo confecciona el aspecto psicológico de los personajes? En otras palabras, ¿cómo se puede ser tan cruel y sincero?

D. R. P.: No pienso en el lector mientras escribo, lo cual ayuda en lo que respecta a la «sinceridad». Si me pasara el tiempo pensando que algún día alguien va a leer todo eso, seguramente los lectores, y no los personajes, se convertirían en la prioridad. En otras palabras, acabaría escribiendo para complacer a la gente.

P: Knockemstiff fue su primer libro. ¿Sinceramente esperaba que obtuviera el éxito que ha cosechado? En España, por citar un ejemplo, gran parte de la crítica se rindió ante ese compendio de relatos cargados de tristeza y violencia. ¡Nos dejó perplejos!

D. R. P.: No, realmente no me lo esperaba. Sólo tenía la esperanza de que Doubleday –la editorial que contrató el manuscrito en Estados Unidos– ganara el dinero suficiente para cubrir los gastos de publicar eso, ya que así tal vez estarían dispuestos a arriesgarse con un segundo libro. Por supuesto, hay que tener presente que parte de la publicidad que recibí en Estados Unidos se debió al hecho de que yo era un peón de fábrica nacido en el sur de Ohio que, de algún modo –de un modo casi milagroso, incluso–, había escrito un libro. Pero no me parece mal. Recuerdo que quedé fascinado la primera vez que oí hablar de William Gay, el escritor estadounidense que pasó buena parte de su vida montando paneles de pladur y trabajando de carpintero. Su historia fue una inspiración para mí, y me gustaría pensar que habrá alguien ahí fuera que oiga hablar de mí y se diga: «Qué narices. Si él puede, a lo mejor yo también puedo».

P: Kiko Amat, autor del prólogo en la edición española de su libro, decía que es «uno de los mejores libros que leerán jamás». ¿Qué opina al respecto? ¿Le supone demasiada presión? ¿Le impone respeto? Para nosotros, sinceramente, su lectura ha sido y es ya inolvidable.

D. R. P.: A Kiko Amat le debo un favor enorme por ese prólogo. En cuanto a lo de si las reacciones positivas me han hecho sentirme más cohibido o más nervioso de lo que ya me siento: sí, así es. Pero si me paro a pensar en las alternativas, que son que me ignoren o me machaquen, ¡prefiero de lejos afrontar la presión de una buena reseña!

P: ¿Cuándo pensó por primera vez: este es mi momento, voy a intentar publicar mis historias?

D. R. P.: Bueno, no recuerdo que hubiera un momento exacto, pero sí que empecé a enviar relatos, principalmente a revistas pequeñas, después de un par de años escribiendo. Y, créeme, recibí un montón de cartas de rechazo. Pero quería ver mis textos publicados, como cualquier escritor, así que seguí probando. Para cuando contactó conmigo un agente de Inkwell Management –que había leído uno de mis relatos en la revista Third Coast–, llevaba unos seis años intentando aprender a escribir y había publicado quizás siete u ocho relatos. De modo que fue un proceso bastante largo.

P: Un aspecto que nos interesa de los escritores es su metodología de trabajo. ¿Es Donald Ray Pollock uno de aquellos autores que programa un horario estricto de trabajo diario o la mayoría de sus escritos brotan de un fugaz destello?

D. R. P.: Para conseguir hacer algo, soy de esos que necesita seguir un horario. Sin un poco de disciplina, no sirvo para nada. Cuando estoy trabajando, una de dos: o me levanto a las 5:30 de la mañana y escribo de las 6:00 a las 11:00, o trabajo desde las 8:00 de la tarde hasta las 2:00 de la mañana. Tiendo a escribir un poco mejor por la noche, pero me gusta la sensación de tener terminado el trabajo por la mañana y no pasarme el resto del día nervioso.

P: En El diablo a todas horas hay una camarera que ofrece favores sexuales para ganar dinero extra porque su novio no trabaja. Hay un buen predicador y un par perdedores. Está Willard, quien regresa de la guerra en el Pacífico y se enamora de la camarera que le sirve un pésimo pastel de carne… La gente es pobre, las ciudades son pequeñas, y el sufrimiento y la oscuridad van de la mano. ¡Menudo contenido para su primera novela! ¿Cómo ha sido el proceso de enfrentarse a una historia mucho más amplia? ¿Fue un reto?

D. R. P.: Fue un reto, sin lugar a dudas. Nunca antes había escrito una historia que tuviese más de 15 páginas, así que me intimidaba la idea de intentar escribir algo tan largo como una novela. Lo conseguí simplemente a base de perseverar, y al final empezó a tomar forma.

P: No parece que sea uno de esos escritores que buscan por encima de todo el reconocimiento público, que busca constantemente el piropo y los premios. Desde una perspectiva personal, ¿cómo se plantea su carrera de escritor?

D. R. P.: Creo que no me queda ninguna aspiración que no se haya cumplido ya con creces. Cuando empecé mi objetivo era escribir un solo relato que fuera decente, y ahora tengo dos libros. He tenido muchísima suerte hasta ahora, y si no consiguiera nada más, estaría contento de todos modos. Dicho esto, estaría bien poder escribir tres o cuatro libros más que no fuesen un fracaso.

P: El futuro, en España y otros países, no parece nada halagüeño. La coyuntura económica, los escándalos políticos y la desilusión son constantes. En este sentido, ¿cree que la literatura puede ayudar a fortalecer aún más ese espíritu de crítica, que puede alentar a la sociedad a seguir luchando pese a todo?

D. R. P.: Estoy empezando a dudarlo, supongo; al menos en Estados Unidos. Cuando un país se obsesiona tanto como el nuestro con la economía, la riqueza y la tecnología, cosas como las humanidades se consideran cada vez menos y menos importantes. De modo que estamos comenzando a eliminar las clases de arte, de literatura, de música y de un largo etcétera en las escuelas públicas e incluso en las universidades, porque hemos decidido que, en realidad, lo único que necesitan los estudiantes es un pack de «aptitudes» que haga de ellos buenos trabajadores. La actitud que se está imponiendo es que no hace falta que lean, por ejemplo, La odisea, o Huckleberry Finn o Walden o Madame Bovary; en lugar de eso, lo que necesitan aprender es cómo pasar los exámenes estandarizados que imparte el gobierno, lo cual no tiene absolutamente nada que ver con un auténtico aprendizaje. Así, a medida que las condiciones se vayan deteriorando, habrá cada vez menos lectura seria y menos pensamiento crítico; y esto, por descontado, le facilitará las cosas al gobierno de cara a controlar a la población y construir una nación de autómatas. Esta idea no es de mi cosecha: aunque por lo general se los ha venido ignorando, críticos como Neil Postman y Morris Berman llevan años advirtiéndonos.

P: Por curiosidad, ¿escucha música mientras escribe?

D. R. P.: Sólo cuando reviso. Entonces, acostumbro a escoger cinco o seis discos y los pongo una vez detrás de otra, hasta que llega un momento en el que realmente ya ni siquiera soy consciente de que estén sonando, en el que son sólo un sonido rítmico de fondo.

P: ¿Diganos, qué hay en Ohio que decide el futuro político de los Estados Unidos? ¿Realmente es un microcosmos de la sociedad norteamericana?

D. R. P.: Hoy en día, gran parte de la costa este y casi toda la costa oeste apoyan siempre a los demócratas. Esto prácticamente se puede dar por sentado. Luego hay un montón de estados que casi siempre votan a los republicanos, la mayoría de ellos, si no todos, en el sur y también en la franja norte del medio oeste. Y, por último, están esos estados péndulo –nueve este año, incluyendo Ohio– que pueden inclinarse a un lado u otro porque al parecer están compuestos de un 50 por ciento de demócratas y un 50 por ciento de republicanos. De ahí que se los pueda considerar un microcosmos del conjunto de la sociedad y que concentren el grueso de atención por parte de los medios y de los políticos. Afortunadamente, gracias a que en los grandes centros urbanos como Cleveland y Columbus la gente salió a votar, Obama se hizo con los votos electorales de Ohio. Sin embargo, otras zonas del estado –áreas rurales y ciudades más pequeñas–, apoyaron mayoritariamente a Romney. Por desgracia, aunque muchos no lo admitan, mucha de esta división se debe al hecho de que Obama sea negro. Dios mío, tiene un historial muchísimo mejor que el de cualquier presidente republicano que hayamos tenido en décadas, y eso a pesar de que algunos líderes republicanos como Mitch McConnell, de Kentucky, juraron que harían cualquier cosa en su poder para verlo fracasar –algo que debería considerarse seriamente como un acto de traición–. Pero de todos modos casi la mitad de los estadounidenses votaron a Romney, un hombre de negocios que ha hecho una fortuna inmoral cerrando fábricas en el país y trasladándolas al extranjero o declarando quiebras. Y ahora en algunos estados republicanos se habla de secesión porque ha ganado Obama. No sólo estamos divididos, ¡algunos también están locos!

¡Y ahora, turno para los angloparlantes!

Question: Knockemstiff was a lacerating piece of writing, harsh and gritty, sometimes even nasty and cruel. Its sudden appearance on the literary scene was like a punch in the face that knocked quite a few readers out. The stories leave us with a feeling of emptiness which grows and grows as we keep on reading, partly because we are aware that they are based on real events and real people. Was Knockemstiff an introspective effort to release yourself from the drowsy grip of the city itself, of your hometown?

Donald Ray Pollock: Thanks for the kind words. One thing I need to point out is that Knockemstiff is not really based on «real events and real people». Sure, there’s a real place called Knockemstiff in southern Ohio where the stories take place, but pretty much everything else is fiction except for geographical details and other little stuff, like the name of the church, etc. As for your question, no, I think I was doing quite the opposite, in that I wanted to try in my own small way to create some sort of «memorial» to the place before it disappeared. I did feel trapped there when I was young, and I can still remember that feeling, but that was a long time ago.

Q: Each character embodies one defining trait of the human condition, with a very thin line setting the border between despair and insanity. We find ourselves in a somewhat wicked town where redemption is not an option. Isn’t that a bit too disheartening?

D. R. P.: It’s definitely a bummer if you’re looking for a «feel-good» story. But if you think about it, how many people have gone to their graves without ever finding redemption? Millions, I would guess.

Q: How do you shape the psychology of the characters? In other words, how come is it possible to be so cruelly honest?

D. R. P.: I don’t think about the reader while I’m writing, which helps as far as being «honest.» If I was constantly thinking that some day someone is going to read this stuff, then the readers and not the characters would probably become the priority. In other words, I’d become a people-pleaser.

Q: Knockemstiff was your first book. Did you expect it to become so successful? Here in Spain the critics, for the most part, enthusiastically praised your collection of stories full of misery and violence. We were stunned!

D. R. P.: No, I certainly didn’t expect it. I was just hoping that Doubleday made enough money to cover the expense of publishing the thing in the first place, so that they might be willing to take a chance on the second book. Of course, you have to understand that some of the publicity I received in America came from the fact that I was a factory worker from southern Ohio who had somehow, almost miraculously even, written a book, but that’s fine with me. I remember how fascinated I was when I first read about William Gay, the American writer who hung dry wall and worked as a carpenter a good part of his life. His story was very inspiring to me, and I’d like to think that there’s someone out there who reads about me and says, «Hell, if he can do it, maybe I can too».

Q: Kiko Amat, who wrote the preface to the Spanish edition, said it to be «one of the best books you’ll ever read». What do you think about that? Does this kind of comments put too much pressure on you? Have you now become more self-conscious? Honestly, for us it was and it will be unforgettable.

D. R. P.: I owe Kiko Amat big time for that introduction. As for positive reactions making me more self-conscious or nervous than I already am, yes, they do, but if I consider the alternatives, which are to be ignored or knocked down, I’d much rather deal with the pressure of a good review!

Q: When did you first think: «This is my time, I’ll go and try to get my stories published».

D. R. P.: Well, I can’t recall having a moment like that, but I did start sending stories out to mostly small magazines after I’d been working at it for a couple of years. And believe me, I got lots of rejections. But I wanted to see my stuff published, like any writer, and I kept at it. By the time an agent at Inkwell Management contacted me (he’d read one of my stories in Third Coast), I’d been trying to learn how to write for around 6 years and had published maybe 7 or 8 stories. So it was a fairly long process.

Q: We are particularly interested in the methodology of writing. Are you one of those authors who follow a strict work schedule, or do you rather catch a fleeting insight and then you sit down and write?

D. R. P.: In order to get anything done, I’m one of those people who need to follow a schedule. Without some discipline, I’m worthless. When I’m working, I either get up around 5:30 in the morning and work from 6:00 until 11:00, or I work from 8:00 in the evening until around 2:00 am. I tend to write a little better at night, but I like the feeling of getting the work over with in the morning and not having to fret about it the rest of the day.

Q: In The Devil All the Time there’s a waitress who, since his boyfriend is unemployed, needs to make some extra money by selling her body. There’s a good preacher man and a couple of losers. There’s Willard, who comes back from the war and, after being served a lousy meat pie, falls in love with the waitress. People are poor, towns are small, and suffering and darkness go hand in hand. Definitely, your first novel is not a joke! How did you manage the process of composing a much wider story? Was it a challenge?

D. R. P.: It was definitely a challenge. I’d never written a story that was more than 15 pages before, so I was intimidated by the thought of trying to write something as long as a novel. As for how I managed to do it, I just kept plugging away and it eventually started to take shape.

Q: You don’t seem to be one of those writers looking for recognition at any price, constantly craving for flattery and prizes. So, from a personal perspective, how do you really conceive your writing career?

D. R. P.: I don’t think I have any aspirations that haven’t already been more than fulfilled. I started out wanting to write just one decent short story, and now I have two books. I’ve been extremely lucky so far, and if nothing else comes my way, I’ll still be happy. With that said, it would be nice if I could write three or four more books that don’t totally flop.

Q: The future, both in Spain and abroad, doesn’t look very bright. Economic troubles, political scandals and disappointment are commonplace. Do you believe that literature can help to strengthen our critical mind, to encourage people to keep going no matter what?

D. R. P.: I’m beginning to doubt that, I guess, at least in America. When a country becomes as obsessed with the economy and wealth and technology as America is, stuff like the humanities are considered less and less important. So now we’re beginning to do do away with art and literature and music classes and on and on in the public schools and even the universities because we’ve decided that students really just need a set of «skills» that will make them good workers. The growing attitude is that they don’t need to read, for example, The Odyssey or Huckleberry Finn or Walden or Madame Bovary; instead, they need to learn how to pass the standardized tests issued by the government, which have absolutely nothing to do with real learning. Thus, as conditions continue to deteriorate, there will be less and less serious reading and critical thinking going on, which will, of course, make it easier for the government to control the population and develop a nation of drones. This isn’t original thinking on my part; though they’ve mostly been ignored, critics like Neil Postman and Morris Berman have been warning us for years.

Q: Do you listen to music while writing?

D. R. P.: Only when I’m revising. Then I usually choose five or six CDs and play them over and over, until I’m really no longer conscious they’re even playing. Just a rhythmic sound in the background.

Q: What’s there in Ohio that makes of it a decisive swing state in every political election? Is it really a microcosm reflecting the whole American society?

D. R. P.: These days, much of the east coast and almost all the west coast always go Democrat. That’s pretty much a given. Then there are a lot of states who almost always vote Republican, most if not all of the South, for example, and the upper mid-west. Finally, there are the swing states (nine of them this year, including Ohio) that might go either way because they seem to be made up of approximately 50% Democrats and 50% Republicans, thus making them what might be called a microcosm of the society as a whole. Because of this, they’re the ones that garner the most attention from the media and the politicos. Fortunately, because the big urban centers like Cleveland and Columbus got out and voted, Obama won Ohio’s electoral votes. The other parts of the state, however, the rural areas and smaller towns, supported Romney for the most part. Sadly, though many of them won’t admit it, a lot of this current divisiveness comes from the fact that Obama is a black man. My God, he has a far better record that any Republican president we’ve had in decades, even with Republican leaders like Mitch McConnell from Kentucky swearing they would do everything in their power to see him fail (which should be seriously regarded as an act of treason), but nearly 50% of Americans still voted for Romney, a businessman who has made an obscene amount of money shutting down American factories and either filing bankruptcies or shipping the jobs overseas. And now some red states are talking about secession because Obama won. Not only are we divided, many of us are insane!

Donald Ray Pollock

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